martes, 13 de septiembre de 2011

Cómo conservar la pareja dentro de la familia

Entre pañales, juguetes y espacios invadidos, ¿dónde queda el encuentro erótico? El desafío de mantener la intimidad y el "equipo" de dos en la estructura familiar es uno de los mayores desafíos de las parejas. Algunos consejos.

Existe una creencia preestablecida de que toda la energía debe estar dispuesta a los hijos, y, en caso de algún excedente, recién ahí, podrá ser usado por la pareja. Ellos dicen de sus queridas: “está cansada, no debe tener ganas de sexo”; y ellas deciden, postergándose: “prefiero que se quede jugando con su hijo, no estoy atractiva”.

En teoría de la comunicación se define “impenetrabilidad” como el uso repetitivo de la suposición, lo cual impide la expresión verdadera de deseos por la imposición de esta creencia engañosa. La presencia constante de este problema frena no sólo el acercamiento sexual, sino también cualquier cambio que comporte estar mejor con uno mismo y con el otro.

La autoimagen

Durante el puerperio y los años subsiguientes al parto cambia la imagen que las mujeres tienen de sí mismas. Muchas se ven gordas, descuidadas, poco atractivas, sin tiempo para ellas ni para su partenaire.

Las mujeres que deciden quedarse y cuidar de sus hijos deben hacer un esfuerzo enorme para disponer de un tiempo personal. Por el contrario, aquellas que deben salir a trabajar se ven obligadas a cuidar su cuerpo y su presencia, aunque al llegar a sus casas vuelvan a ponerse el delantal y se tiren al piso a jugar con sus hijos.

Tanto en uno como en otro caso preservar la autoimagen de damas sensuales, seductoras, y dispuestas al encuentro erótico- sexual, suele ser un problema que en apariencia se justifica (y se acepta) por el cansancio, o el agobio de la jornada, pero que en realidad responde a la idea preestablecida de que ser madres “debe” ser el motivo principal de la existencia.

Los hombres excluidos

Aunque los hombres no lo expresen, muchos se sienten excluidos del vínculo madre- hijo, y no se preguntan demasiado cuáles pueden ser las acciones para incluirse. Es más, dan por supuesto que la relación “debe” ser de esa manera y no hay nada para cambiar. Se convencen de que la naturaleza es la regente del apego y que ellos poco pueden hacer.

Si los hombres no insisten y las mujeres se concentran en los hijos y desestiman su autoimagen poco se puede hacer para devolver algo de la frescura y la intensidad inicial. Si a todo esto le sumamos la dificultad para encontrar tiempo y espacio propicio para la vida sexual, el problema es aún mayor.

Los hombres no modifican sustancialmente su autoimagen respecto al nuevo rol, pero ven comprometido su rumbo dentro de la relación. Algunos desisten dejando todo en manos de la madre, otros, más osados quizás, se juegan, proponen y se animan a meterse en el vínculo. Sin embargo, el saber depositado en la persona de la madre será siempre indiscutible.

De mujer a madre

Con esta configuración simbólica de los roles se entreteje la conversión de mujer a madre. Sin embargo, la idea general del basamento biológico todavía sirve de eje para el armado de feminidad. Y esto queda demostrado con la maternidad, que es la expresión máxima de un suceso natural: la procreación y el mantenimiento de la especie.

Esta creencia, además de ser reduccionista o esencialista, subyuga el estatuto de mujer-madre a un proceso signado por las leyes de la naturaleza. La paternidad es diferente: tiene un rol social más que biológico, pasible de dictar las leyes para el orden social (patriarcado) mientras la mujer debe ajustarse a la doble ley: la natural y la social.

Un vínculo amoroso que comienza pone en marcha deseos, afectos, dudas, proyectos y una infinidad de sensaciones nuevas. Sostener el deseo de estar con la persona amada debería ser el basamento más importante de toda relación.

Los vínculos humanos se construyen o configuran por la intersubjetividad, es decir, por la conjunción de formas de concebir la realidad. En este encuentro la esencia es la libertad, fuera de toda regla previsible. Todas las sociedades imponen roles, pero el libre albedrío es condición humana por excelencia.




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