miércoles, 16 de julio de 2014

Sin barreras para quererse en las buenas y en las malas

Su historia de amor tiene dos principios pero no un final, relata Édgar Pedraza (25) sentado en una silla de ruedas en el patio de su casa en Pailón, al lado de su esposa Sdenka Ortiz (22) que le sonríe mientras habla. Él se emociona recordando su relación antes y después de un accidente que le cambió la vida pero que no logró alejarlo de ella.

Romance rosa
Se conocieron recién hace ocho años y dicen ‘recién’ porque en un pueblo relativamente chico como Pailón no se habían visto antes. Solo hasta que Sdenka se cambió al mismo colegio donde estudiaba Edgar, el Carlos Gómez Cornejo. “Yo cursaba primero de secundaria y Édgar estaba en la pre-promo cuando nos presentó un amigo”, cuenta Sdenka sonrojándose y repitiendo con expresiones los nervios y el pudor de adolescente que dice haber sentido ese día.
Al cabo de tres meses se hicieron cortejos, se querían pero casarse no era ni siquiera un sueño. Fue un noviazgo sin sobresaltos. Cosas de jóvenes y con matices rosas, hasta que él salió bachiller en el 2007 y se fue a trabajar cortando madera con su padre a San Miguel de Velasco.
No hubo despedidas ni rupturas, solo la promesa de que él volvería a verla en tres meses. “La visité por unos días mucho tiempo después y regresé al campo. Estuvimos casi un año llamándonos las pocas veces que daba la señal. Perdimos contacto cuando me accidenté. Un árbol se me cayó encima y me golpeó la columna”, cuenta él.

El rencuentro
Édgar mirá a Sdenka, le da un beso y nos dice que es la mujer de su vida, la que le ayudó a levantar su espíritu y a salir de un encierro al que se confinó cuando supo que había perdido la movilidad de sus piernas. No quería ver a nadie.
Se rencontraron en Santa Cruz en el 2010 cuando lo intervinieron por segunda vez para reacomodarle los fierros y pernos que anexaron en su columna. En ese entonces ella estudiaba en la ciudad. “Él tenía miedo de que lo vea así y yo de que me rechace. Sentí tantos nervios como cuando nos conocimos, al tiempo retomamos la relación que nunca acabó formalmente. Desde entonces somos inseparables”, confiesa Sdenka que indica que en esa ocasión un amigo fue nuevamente el intermediario.

Construyendo un hogar
Hace un año y cuatro meses se dieron el sí, fortalecidos por sus creencias religiosas. Édgar se lo pidió un domingo durante los anuncios de la iglesia, seguro de que su amor durará en las buenas pero por sobre todo en las malas.
La silla no se interpone a nada, lo demuestran ambos al realizar juntos las tareas domésticas los fines de semana y trabajar hombro a hombro como profesores en una escuelita menonita de primaria y secundaria, a 30 km al sur de donde viven.
“Los exámenes los corregimos a la par. Ella se encarga de pasar las notas en limpio”, apunta él mientras ríen en complicidad.
Sin embargo, cuando hablan de futuro los mueve la esperanza de que sus ahorros, que muchas veces solo cubren medicamentos, alcancen para comprar una casa propia y para seguir buscando tratamientos médicos que hagan que Édgar pueda algún día volver a caminar.
“Si eso pasa sería otra bendición de Dios, algo por lo que oramos todos los días; y si Édgar no puede volver a caminar igual nos seguiremos teniendo el uno al otro”, sonríe Sdenka animada porque las piernas de su esposo comienzan a tener una mejoría

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