lunes, 25 de julio de 2016

Por esto nos enamoramos



Un calor interno, un corazón acelerado, mareos casi imperceptibles y pequeñas dosis de ideas locas, son sensaciones que uno tiene cuando está enamorado. Eso, que es tan difícil de definir y que produce cambios importantes de conducta, tiene a los científicos “de cabeza” buscando explicaciones incontrastables.

¿Sabías que el año pasado la pregunta “qué es el amor”, en inglés, fue lo segundo más buscado en Google con el comienzo “qué es”? El amor, de hecho, no significa lo mismo para todos. Para algunos es sinónimo de compañerismo, de estabilidad, de protección. Para los más románticos, aquello que llegó un día en forma de “mariposas en el estómago” y convirtió su vida en algo incomprensiblemente mágico.

No falta quien considera el amor como el estado ideal y la plataforma para lograr grandes objetivos, como formar una familia o manejar un negocio conjunto.

Todo esto parece recreativo y hasta cordial, pero se vuelve inquietante cuando nos enteramos de que las personas bajo la influencia del amor experimentan las mismas altas y bajas emocionales que la gente con adicciones a las drogas duras.

La BBC Mundo, en un par de reportajes publicados recientemente, señala, por un lado, que los neurocientíficos han descubierto que los cerebros de la gente enamorada cambian. Por el otro, que el amor se originó mucho antes que la humanidad, y que ese origen puede tener razones inesperadamente siniestras…

De hormonas y de afectos
Pero, vamos por partes. La vida más o menos enseña que en el amor hay diferentes etapas. Es bueno saber que, por ejemplo, en las que están dirigidas sobre todo por el deseo, las hormonas sexuales testosterona y estrógeno se ponen a trabajar. Que la testosterona se reduce en los hombres y aumenta en las mujeres.

Dice la BBC que una vez que se asientan los niveles de deseo, empieza a funcionar la atracción. Esta etapa es alimentada por unos neurotransmisores llamados “monoaminas”.

En este punto se da una combinación clave para que se produzca el amor, un cóctel compuesto por dopamina (activada también por drogas como la cocaína y la cocaína), adrenalina (que causa esos corazones acelerados y esas descargas de calor) y serotonina (el culpable de las cosas más locas que hacemos cuando nos enamoramos).

Después del deseo, lo que hace posible que la llama se mantenga encendida y este complejo proceso derive en relaciones duraderas es el apego. En esta etapa intervienen la oxitocina —la “hormona del amor”— y la argipresina. Por esto se podría dar como cierto aquello de: “hay química entre nosotros”.

Una cuestión de cerebro
Melissa Hogenboom escribió para la BBC Mundo que Stephanie Cacioppo, de la Universidad de Chicago, EEUU, al revisar la literatura científica en busca de estudios de imagen cerebral que analizaran las partes del cerebro que participan en el amor, encontró que los estados de amor más intensos y “abstractos” dependen de una parte del cerebro llamada “el giro angular”.

Ese lugar específico resulta importante para la interacción de las personas a través del lenguaje, por ejemplo cuando emplean metáforas. La autora del artículo menciona aquí que esto tiene sentido considerando que “sin un lenguaje complejo no podemos expresar los aspectos más refinados e intensos de nuestras emociones”.

Luego, aporta un dato que puede ser fundamental: el giro angular solo se encuentra en los grandes monos y en los humanos.

Evolución y teoría siniestra
Al abordar la cuestión evolutiva del hombre, Hogenboom dice que el viaje hacia el amor, tal y como lo conocemos hoy en día, empezó con el sexo, una de las primeras cosas que los seres vivos aprendieron a hacer. “El sexo empezó como una manera de pasar los genes de un organismo a la siguiente generación”.

Pero no fue hasta varios billones de años después del nacimiento de la vida que el cerebro empezó su viaje hacia la existencia. Al principio, fue solo un pequeño puñado de células. Esta es la teoría que expone la articulista y que tiene sus detractores, como casi todo en la ciencia, principalmente en temas polémicos como este.

“Adelantemos el reloj hasta hace 60 millones de años, cuando aparecieron los primeros miembros de nuestra familia, los primates. Tras millones de años más, algunos primates evolucionaron para tener cerebros más grandes, de lo que surgieron finalmente los humanos modernos.

Pero había un problema. A medida que nuestros cerebros crecían, nuestros bebés tenían que nacer en una etapa anterior de su proceso de desarrollo. Si no, sus cabezas serían demasiado grandes para pasar por el canal de nacimiento.

Como resultado, las crías de gorila, los chimpancés y los humanos son casi completamente inútiles cuando nacen. Sus padres tenían que pasar más tiempo cuidándolos.

Esta infancia prolongada creó un nuevo riesgo. En el caso de muchos primates en la actualidad, una madre con una cría dependiente no está disponible para aparearse hasta que la cría es destetada. Para tener acceso a la hembra, un macho tendría primero que matar a la cría. Este tipo de infanticidio se da en muchas especies, como los gorilas, los monos y los delfines.

Esto llevó a Kit Ople, del University College de Londres, y a colegas suyos, a proponer una idea asombrosa. Casi un tercio de los primates forman relaciones monógamas entre macho y hembra. En 2013, Opie sugirió que este comportamiento había evolucionado para evitar el infanticidio”. Así, concluyó que la monogamia fue favorecida por la evolución.

La monogamia
El factor de la monogamia implica una predisposición del cerebro a mantener “la pareja junta para toda la vida”, la preferencia hacia una pareja específica y el antagonismo con potenciales rivales.

Esto, a su vez, puede haber sido “el golpe” que cambió la evolución humana, dice Opie, citada por la misma Hogenboom para la BBC Mundo.

Los cuidados adicionales proporcionados por los machos ayudaron a las primeras sociedades humanas a crecer y prosperar, lo cual a su vez “permitió a nuestros cerebros crecer más que los de nuestros familiares cercanos”.

Hay evidencia que apoya esto, dice Hogenboom. A medida que se expandió el tamaño cerebral, también lo hizo la cooperación y el tamaño de grupo. “Podemos ver una tendencia hacia mayores grupos y más cooperación en la temprana especie humana del Homo erectus, que vivió hace casi dos millones de años.

Incluso más, parece que algunos aspectos del amor dependen de regiones del cerebro que solo aparecieron bastante recientemente en nuestra historia evolutiva.

Como alertamos ya, esta teoría tiene sus detractores y, por supuesto, no es definitiva. Uno de los escépticos es el antropólogo Robert Sussman, de la Universidad de Washington en Missouri, EEUU, quien asevera que tanto la monogamia como el infanticidio son comportamientos tan poco comunes que es improbable que estén vinculados.

ETAPAS DEL AMOR
El amor va cambiando, esa parecería ser la conclusión general a la que podemos llegar en un tema para el que no hay conclusiones definitivas. Unos mencionan tres, otros seis, nueve, 12, hasta 14 etapas. Aquí citamos una diferenciación muy sencilla, correspondiente al investigador Helen Fisher, de la Universidad Rutgers en New Jersey:

Etapa 1: Lujuria. El deseo sexual es el protagonista de esta fase, pues predomina la testosterona y los estrógenos. Ese deseo surge a partir de la atracción física y conlleva al flirteo, que incluye miradas a los ojos, roces y reflejos en el lenguaje corporal, así como otras señales que delatan el gusto que sentimos por la otra persona.

Etapa 2: Atracción. Atravesamos por distintas sensaciones: desde euforia ilimitada cuando las cosas van bien, hasta tristeza y melancolía inexplicables cuando se deterioran. La persona enamorada puede tener muchos síntomas: pérdida de apetito, dificultad para conciliar el sueño o concentrarse, sudor en las manos y las tan repetidas “maripositas” estomacales ante la proximidad del objeto de su afecto.
En esta etapa participan un grupo de neurotransmisores llamados “monoaminas”: la dopamina (también se activa con la cocaína y la nicotina), la noradrenalina (nos hace sudar y acelerar los latidos) y la serotonina (uno de los más importantes en este proceso y el cual nos puede hacer perder la cabeza).

Etapa 3: Apego. Etapa llamada definitoria, pues propone un compromiso y los deseos de seguir juntos. Aquí participan dos hormonas principales: la oxitocina (se presenta en las dos personas durante el sexo y hace que se encuentren con un sentimiento de unidad. Estudios demuestran que las parejas que tienen más sexo son más unidas) y la hormona argipresina o antidiurética (controla en gran parte a los riñones y fue descubierta mientras se estudiaban los comportamientos sociales de algunos roedores).
Fuente: Internet

Después del deseo, lo que hace posible que la llama se mantenga encendida y este complejo proceso derive en relaciones duraderas es el apego. En esta etapa intervienen la oxitocina —la “hormona del amor”— y la argipresina. Por esto se podría dar como cierto aquello de: “hay química entre nosotros”.

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