El viejo verde pertenece a la esfera del deseo, del sexo como aspiración tardía de un temperamento virilmente en decadencia. Podría decirse que es una lujuriosa admiración por la perfección de un rostro, la esferidad exacta de un culo o la simetría erecta de unas tetas, digno todo ello de El cantar de los cantares, suprema expresión bíblica y litúrgica de la amada y el amante.
Donde mejor queda reflejado el viejo verde es en un famoso y rubensiano cuadro de Tintoretto, Susana y los viejos, en el que la casta joven, toda luz y purísimas carnes, fidelísima al esposo, es asediada por calumniadores que se la quieren tirar.
El hombre maduro que casa con mujer joven no es necesariamente un viejo verde, sino un ser desvalido y solitario necesitado de calor que paga por esa compañía el precio de deshonrosa cornamenta. Cervantes, modelo de tolerancia y compasión tiene un entremés, El viejo celoso, en el cual ridiculiza a un marido tacaño y miserable al que la esposa engaña con apuesto galán.
Tiene parecido argumento a la narración
El celoso extremeño. No queda claro si detrás del guadamecí se consuma el adulterio o es un simulacro que añade burla al escarnio. El viejo celoso es considerado por algunos la pieza más desvergonzada del teatro universal. Y ya que de entremeses cervantinos hablamos, no estaría de más que en este IV Centenario les prestáramos la atención que merecen.
Quien mejor retrata esta figura del viejo burlado es Castelao en Os vellos non deben de namorarse. Tres viejos, tres lances de amor, tres historias escritas para "regalía del pueblo gallego". El propio Castelao dirigió la puesta en escena de esta obra considerada la más popular y gozosa del máximo representante del galleguismo y de la literatura gallega.
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