La convivencia de una pareja es una dura prueba difícil de superar con éxito, más ahora que lo habitual es que dos personas deciden vivir juntas cuando ya han disfrutado de su experiencia solos.
Compartir la vida exige aceptar otra manera de vivir que puede ser eficaz, porque no necesariamente la forma de ser propia es la mejor.
La vida en común enriquece la personalidad, que se puede nutrir de las características del otro, que no siempre es su alma gemela.
El peor error de los hombres es identificar a su mujer con su madre y tener las mismas expectativas; porque la casa es de los dos y la responsabilidad de su funcionamiento de ambos.
La convivencia revela el verdadero carácter de cada uno de los integrantes de una pareja, cómo son sus sentimientos, su capacidad de generosidad o egoísmo, su manera de convencer, su necesidad de dominio, su capacidad para enfrentar los problemas, su paciencia, su comprensión, su fortaleza, y si son independientes y maduros.
El amor distorsiona la percepción de tal manera, que muchos rasgos de carácter de la pareja son minimizados y hasta ignorados en un primer momento por el otro, para aparecer durante la convivencia, en las contingencias y divergencias de la vida diaria, que es cuando recién se puede ser capaz de darse cuenta de la verdadera naturaleza del otro.
Los hombres muy seductores y atractivos es probable que lo sigan siendo mientras vivan; representan un orgullo por haberlos conquistado, pero significan un calvario para la convivencia. Necesitan sentirse halagados y perseguidos por las mujeres, y seguramente no podrán evitar tener aventuras.
Con las mujeres muy atractivas y bellas ocurre lo mismo, suelen ser peligrosas, porque son habitualmente asediadas por muchos hombres. Su pareja se podrá sentir orgulloso de tenerla a su lado, pero comenzará a sentirse celoso, inseguro e incómodo hasta de sus posibles pensamientos.
El problema más común es enamorarse de un ideal, no de una persona real, que seguramente tiene defectos, que comete errores y que no siempre tiene el comportamiento que se espera.
La gente no ve lo que no quiere ver, y está dispuesta a mantener la imagen idealizada de una pareja, construida desde la niñez en base a las figuras de los padres que tuvieron o que hubieran querido tener, que no tienen nada que ver con la realidad y que les servirán para elegir siempre el mismo tipo de pareja.
Pero el esfuerzo para hacer coincidir la persona real con el ideal, con el tiempo se diluye y es cuando se comienza a tomar conciencia de la persona real.
Es difícil admitir no haberse dado cuenta antes de quién es quién, de manera que se adjudica el fracaso de la pareja a la rutina de la convivencia y al desgaste, cuando en realidad fue que ambos no pudieron ver detrás del velo que los ocultaba antes, cuando estaban enceguecidos por el amor.
Sin embargo, no siempre, el hecho de haber idealizado a la pareja es una condición negativa, porque puede ocurrir en el mejor de los casos, que puedan superar sus expectativas si se comienzan a mirar desde una perspectiva más amplia, dejando de lado los condicionamientos de la niñez.
Las personas son insondables y complejas, y no se agotan en un solo rasgo de carácter. Son como los diamantes en bruto, hay que saber apreciarles su potencial, porque muchas veces nos llegan a sorprender.
Pero de lo que sí tenemos que estar seguros es que no podemos cambiar a nadie.
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