En ocasiones, cuando las parejas están a punto de terminar con su relación, piensan que una opción para romper con la rutina es tener hijos. Lamentablemente esa idea no es la más adecuada.
A veces, la relación con nuestra pareja no funciona como desearíamos y buscamos cualquier solución posible con tal de no romperla. Está bien que acudamos a terapia o utilicemos otros recursos para solucionar nuestros problemas, sin embargo, la idea de que tener un hijo juntos puede hacer que encontremos de nuevo la estabilidad y el amor perdido es, en casi todos los casos, errónea.
NO DEBERÍAMOS TENER UN HIJO SI NUESTRA RELACIÓN NO FUNCIONA
Puede que simplemente se haya acabado el amor, la monotonía haga que no sintamos lo mismo por nuestra pareja o bien la convivencia nos ha desgastado en exceso. No obstante, un bebé es una gran responsabilidad y los padres deben encontrarse en el mejor momento de la relación con tal de que el hijo pueda llegar a tener una feliz infancia dentro de un clima familiar sano.
Nuestro hijo tomará como ejemplo nuestra familia para el resto de su vida, eso significa que si ve que sus padres no se quieren o no se tratan del modo adecuado es muy probable que él repita este patrón a lo largo de su vida y nunca llegue a ser plenamente feliz. Además del modo en que los padres se traten entre ellos será el mismo en el que el hijo les trate a ellos. Si existe faltas de respeto o autoridad en los padres el hijo, indiscutiblemente, tratará del mismo modo a su madre y a su padre.
Si nuestra relación no está pasando por el mejor momento o estamos pasando muchos problemas personales con la pareja deberíamos plantearnos si seguir juntos es la mejor opción. Quizás acudir a un profesional sería lo más conveniente, ya que seguramente un psicólogo o especialista en crisis del matrimonio nos haría olvidar la idea de tener un bebé por el momento.
Tener un hijo juntos representa un incremento de los gastos en el hogar. Si el matrimonio ya tiene muchas peleas, el dinero puede ser un tema que desgaste todavía más la relación. Por lo tanto, no solamente debemos ser económicamente solventes como para empezar una familia, sino que también debemos estar preparados psicológicamente. Las decisiones en cuanto a los gastos deberán tomarse en conjunto, siempre de buenas maneras y llegando a acuerdos en los cuales ambas partes se sientan felices con el resultado.
Lo mismo sucederá con las responsabilidades del niño. La madre no deberá sentirse como que todo el peso de la vida de su pequeño recae en sus manos. En la pareja feliz ambos se repartirán las tareas y encontrarán la conciliación entre el cuidado de su pareja y el tiempo de disfrute propio con una cantidad de problemas moderables, los cuales resolverán desde el cariño y el respeto que los une. La felicidad de nuestro hijo debe ser nuestro objetivo principal y si nosotros mismos no somos felices en nuestro matrimonio es imposible que nuestro bebé se sienta de este modo.
Una responsabilidad de por vida como es un hijo no debe ser tomada a la ligera. Así pues, pensaremos en tener nuestra vida familiar preparada de modo que en cuanto este nazca todo salga lo mejor posible y eso no es solamente con el dinero necesario, la ayuda de los familiares o el amor que podamos darle, sino con la felicidad de un hogar donde ambas personas de la pareja se quieren y se respetan constantemente.
Un hijo no solucionará la relación, sino que generará más problemas o discusiones y a la larga quizás un miembro de la pareja termine muy infeliz o deprimido o, sencillamente, el matrimonio se rompa y el bebé termine con una familia inestable y unos padres que no estaban preparados para tener un hijo desde el primer momento. Nuestro hijo nos agradecerá eternamente haber sido criado en un hogar donde reinaba el amor en la pareja y él fue buscado como acto de vida y felicidad y no simplemente como un parche para arreglar una relación que no funciona, porque seguramente ésta no llegue nunca a funcionar.
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