CRISIS DE AUTORIDAD | UN ERROR COMÚN ES QUE LOS PADRES SE HAGAN LA GUERRA A LA HORA DE EDUCAR A SUS HIJOS.
No te levantas de la mesa hasta que termines de comer”, le dice el papá a su hijo y a lo que la mamá responde: “no, déjalo... si no quiere que ya no coma”. Este es sólo un ejemplo de algunas de las desautorizaciones que suelen suceder en la vida cotidiana de muchas familias y que se dan por parte de ambos padres o sólo de uno de ellos. A esto se llama descalificación, un tremendo error que si se no se enmienda, la vida se encargará de pasar la factura a los papás, siendo el único perjudicado el hijo.
Al principio la descalificación que el niño percibe en su hogar la utilizará a su favor para conseguir lo que quiere. Por muy pequeño que sea, poco a poco y cada vez más, se da cuenta de que puede tener a uno de ellos siempre de su lado para conseguir lo que quiere y es consciente de que puede manipular a las figuras de autoridad. Para ello, empezará a utilizar mecanismos coercitivos, el más común en la infancia es el berrinche.
“Si en una familia se da constantemente la descalificación entre ambos padres o sólo hacia uno de ellos, lo único que se consigue es detener el crecimiento y desarrollo del hijo pudiendo provocar a la larga inclusive serios trastornos de conducta en él”, dice Germán Burgoa C., psicólogo del Servicio de Diagnóstico y Estimulación del Aprendizaje.
El problema está en que la figura de autoridad, que viene a ser el papá o la mamá, cuando da una orden ya no se la cumple, entonces entra en deterioro una de las figuras y a medida que se repite la situación, el pequeño va tendiendo menos afecto y respeto hacia uno de ellos o hacia ambos.
“Al principio se tiran al piso a llorar para salir con su gusto, pero a medida que pasa el tiempo, ya patean o tiran objetos, etc. Lo único que se consigue es que el pequeño se quede estacionado en un etapa de su vida donde no aprende a tolerar la frustración, no aprende a recibir un “no” por respuesta y no aprende a perder”, explica el especialista, para añadir que el verdadero peligro vendrá más adelante cuando el hijo llegue a los 13 o 15 años y la vida le presente situaciones en las que no va a poder salir con su gusto.
Los niños que se desarrollan en un ambiente donde la descalificación está a la orden del día, no cuentan después con herramientas para defenderse.
“Esto puede derivar en consecuencias graves como el suicidio en adolecentes porque son personas que no tienen tolerancia a la frustración”, asegura Burgoa.
DE 0 A 2 AÑOS VS. 3 AÑOS
Cuando el bebé nace no tiene conciencia del ambiente que lo rodea y lo único que busca es satisfacer sus necesidades por lo que sólo se debate en dos polos: el placer y el displacer.
El bebé al sentir hambre siente displacer y llora para que lo alimenten; sus necesidades lo hacen dependiente, demandante e inmediatista porque no puede satisfacerlas por si solo y no tiene conciencia del tiempo.
“No comprende el mundo y sus necesidades demandan naturalmente inmediatismo y cuando no se las satisface las expresa mediante el llanto, es un instinto de sobrevivencia. En esta etapa que va de los 0 a los 2 años, los padres sí tienen la función de satisfacer las necesidades de su pequeño”, explica.
El asunto está en que con el paso del tiempo los padres avancen en cada etapa. Básicamente se trata de ir educando y normando para que crezca con buenos hábitos; esto es fundamental para un sano desarrollo.
A partir de los 3 años de edad los padres no deben mantener la posición de sólo satisfacer las exigencias de su hijo, sino que ya se debe aterrizar en el principio de realidad de esta otra etapa que indica que el niño ya puede hacer ciertas cosas por si solo.
A partir de esta edad el niño debe entender que el llanto no lo llevará a conseguir todo. Su realidad ha cambiado porque sus capacidades son otras. Por ejemplo, si quiere alcanzar un juguete entonces se le demuestra que él puede hacerlo pero si el papá o la mamá le alcanza o uno desautoriza al otro por complacerlo, lo único que se logra es retrasarlo a una etapa anterior en la que sólo demandaba y se cumplían sus deseos.
“Los padres pueden demostrarle con amor que puede alcanzar ese juguete. Con sólo pequeñas acciones y con un consenso entre ambos progenitores el niño comenzará a hacerse independiente y tendrá seguridad para resolver sus pequeños problemas. Se trata de pasar de una etapa de dependencia pasiva a otra activa de aprendizaje y descubrimiento”, explica el especialista.
¿FALTA DE CONSENSO O GUERRA DE PAREJA?
La falta de consenso entre ambos padres o una guerra que mantienen entre ellos los hace también perder el objetivo principal que es educar a su hijo, dando paso a una serie de desautorizaciones.
Los padres que están en guerra deben pensar el daño que les causan a sus a sus hijos. Una cosa es la función de pareja y otra es la de padres; ésta última no debería cambiar nunca aunque la pareja se separe. Los conflictos llevan a los padres a perder de vista al hijo como sujeto de educación y establecen una pelea personal con ellos de por medio. Cuando hay parejas disfuncionales donde hay constante descalificación y agresión mutua, se debe plantear una solución aunque esto los lleve a la separación, que según el especialista es mejor una disolución saludable que una convivencia patológica donde los chicos se van a enfermar a la larga.
Con ello no se da luz verde a la separación, sino que se deben plantear qué es lo mejor para sus hijos sobre la base de un consenso en las normas y cosas cotidianas de la vida.
“Es más común que la mala conducta de los chicos se origine en parejas disfuncionales, sea que estén juntos o separados, porque al no tener claros sus roles, uno se quiere imponer al otro”, explica.
SOBREPROTECCIÓN VS. ABANDONO
La vida actual conlleva muchas exigencias. Hoy en día, papá y mamá, en la mayoría de los casos, deben salir a trabajar y esto los lleva a tener un sentimiento de culpa. Al no poder pasar mucho tiempo con ellos, en las pocas horas que están, olvidan sus roles y pasan a la sobreprotección y al mimo excesivo.
“La sobreprotección es muchas veces confundida con el amor y es aquí cuando en muchos hogares comienza a surgir la descalificación. Debe haber un equilibrio entre la firmeza y la flexibilidad, tendiendo en cuenta que la firmeza es saludable y la rigidez no porque en este último se impone un criterio, se tenga razón o no, que no es lo ideal y las normas no son consistentes sino arbitrarias.
“Hay familias donde las normas son muy rígidas. Este extremo es también malo porque no hay nada que satisfaga al niño y todo es frustrante y termina por volverlo inseguro, temeroso y tímido”, dice.
El otro extremo es la permisividad que tampoco es buena. Hay una gran diferencia entre la flexibilidad y la permisividad.
“Suele suceder que los padres son demasiado flexibles mientras no se ven afectados por el niño pero cuando se ven afectados se vuelven violentos”, dice Burgoa.
Sea el caso de padres que trabajan casi todo el día o los que están con ellos pero no se relacionan, entran en contradicción y piensan que dándoles todo van a suplir ciertas faltas. Son padres que no tienen claros sus roles y no establecen normas.
ALGUNOS RIESGOS
Uno de los riesgos de la desautorización es que el niño siga perpetuando conductas que le servían en determinado momento pero que ya no son propias de su edad. Por ello es que ven adultos de 30 años o más que tienen conductas egocéntricas, falta de empatía, intolerancia, imposición, dependencia y manipulación. Todas estas conductas dan pie a una patología llamada celotipia (celos desbordados exagerados), llevando a la persona a ser controladora, posesiva y dependiente, que espera controlar y manipular de la misma manera que lo hacía con sus padres cuando niño.
Al no tolerar los obstáculos y las frustraciones, son personas que sufren mucho y en base a un detalle pequeño se hacen fantasías y terminan por agredir a su pareja. Puede ser que si en su vida adulta o en la adolescencia son rechazados se conviertan en acosadores.
¿QUÉ HACER?
No es nada fácil ser padres, pero esta responsabilidad se puede facilitar si se tienen presentes algunos principios y se dejan de lado los interese personales. El hijo debe tener claro cuáles son las normas y reglas en su hogar, tener hábitos sanos de vida y que hay cosas que se pueden negociar y otras que definitivamente no.
Los padres deben ponerse de acuerdo, más allá de si se llevan bien o no. Es un juego complicado donde la comunicación debe ser óptima porque esto determina la estructura de personalidad y qué tipo de herramientas va a tener el hijo para enfrentarse en la vida. El equilibrio debe estar entre las dos figuras de autoridad y hacerse respetar como tales.
" La falta de acuerdos al educar a LOs hijos es la causa de muchos fracasos en la educación y en el matrimonio"
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