Una de las consultas más recurrentes de las parejas tiene que ver con el tema del deseo sexual. ¿Cómo rayos hacemos para mantener el deseo vivo y fresco en una relación de pareja a largo plazo?
Pareciera que el deseo sexual es poco compatible con las relaciones estables, pues cada cual busca satisfacer distintas necesidades del ser humano. Por una parte, el estar enamorados y querer formar una vida juntos en pareja supone que buscamos saciar nuestras necesidades de estabilidad, seguridad, permanencia e incluso, predictibilidad. Paralelamente, existen también necesidades por aquello que nos resulta novedoso, riesgoso, inesperado y desconocido: todas cualidades del erotismo que nos seducen y nos mantienen interesados (¡deseosos!) en el juego sexual.
La psicóloga Esther Perel establece un interesante punto de vista con el que concuerdo rotundamente: “La crisis del deseo a menudo se trata de una crisis de la imaginación”. Es una de las ideas centrales que me llevó a escribir Juntos y revueltos: ¡Para Siempre! hace unos años, y que desde siempre subrayo cada vez que abordo el tema.
Habrán escuchado decir que el órgano sexual más importante del cuerpo humano es el cerebro, ¿cierto? ¡Sí! Y es que para que haya sexo, antes tiene que haber ganas para ello. Esa motivación, ese deseo que impulsa todo lo demás, germina en el cerebro a través de nuestros pensamientos. La fantasía desencadena el proceso de respuesta sexual del cuerpo y entonces es que entramos en acción.
Lo realmente intoxicante de la intimidad sexual no es tanto la acción física de tocarnos y disfrutar, sino del contexto erótico en el que dichas acciones se colocan.
El sexo, entonces, ya no es algo que meramente se hace, sino un lugar al que se va. Un espacio en lo más profundo, privado y lujurioso de nuestra mente erótica al que accedemos, en ocasiones, en compañía del otro.
Ahora, pensemos en la definición de la palabra deseo. Algunos sinónimos que nos ofrece la Real Academia Española son: afán, anhelo, apetito y aspiración. Tiene que ver con querer algo que aún no se tiene. ¿Y la persona amada? ¡Ahí está! Ya se “tiene”. Entonces, para que esta ecuación pueda tener sentido, y el amor y el erotismo puedan no sólo coexistir, sino potenciarse, es necesario mantenernos interesantes y trabajar para redescubrirnos ambos una y otra vez.
Mantenernos interesantes implica sostener cada uno nuestra individualidad y no dejar de desarrollar nuestras pasiones e intereses de manera que logremos diferenciarnos del otro y podamos aportar algo nuevo a la relación. Además, la individualidad implica un cierto nivel de independencia. Es importante por momentos poder distanciarnos saludablemente de la pareja para poder mirar y admirar a esa persona ya tan conocida, desde una nueva perspectiva.
Básicamente, el deseo necesita espacio para construir el anhelo y el apetito que lo movilizan. De la misma manera que se necesita una determinada distancia para que los ojos puedan enfocar, se necesita una cierta distancia para poder provocar el deseo. En una relación de convivencia estable, por lo tanto, podrán imaginarse que resulta imprescindible seguir cultivándonos individualmente y no permitirnos tomar por sentado al otro. Como dijo Marcel Proust, “el verdadero viaje de descubrimiento no consiste en buscar nuevos paisajes, sino en aprender a mirar con nuevos ojos”.
Por otra parte, todo esto necesariamente tenemos que volcarlo a la cotidianidad que implica nuestra vida real. Como sugerencias prácticas para incentivar la creatividad y el ingenio erótico en nuestros juegos sexuales, sumamos todo aquello que imparta variedad a nuestra experiencia sexual. Esto puede incluir, pero no se limita a: experimentar con posturas sexuales, compartir fantasías, experimentar con juegos de disciplina, ataduras, dominancia y/o sumisión, disfrazarse, asumir roles, incorporar juguetes, leer literatura erótica, masajearse, ver material pornográfico, grabarse, mirarse, mostrarse, cambiar de ritmo, estimular los sentidos… en fin, ¡las posibilidades son interminables!
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