Uno se toma con los amigos un par de cervezas, unas copas de vino y otras más. Luego del momento de risas y euforia, de pronto alguien empieza a llorar. ¿Te ha pasado?
La explicación es que el alcohol etílico, el etanol, es una molécula que, dependiendo de la cantidad que consumamos, puede llevarnos de una leve y excitada euforia a una depresión sentimental.
“En general, el alcohol es una sustancia depresora del sistema nervioso, aunque a dosis bajas puede actuar como excitante”, explica el investigador David Rodríguez, profesor de la Universidad de Salamanca y autor del libro 'Alcohol y cerebro'.
Todo tiene que ver con el funcionamiento químico de la materia gris. Los millones de neuronas que se comunican en nuestro cerebro lo hacen a través de los neurotransmisores, unos compuestos químicos que transmiten información de una neurona a otra neurona consecutiva.
El alcohol, como las otras drogas, interfiere en esta comunicación y hace que las emociones se mezclen y se exalten. Así, el consumo de bebidas alcohólicas puede proporcionar momentos de alegría al inicio y llanto después.
Luego, si se sigue bebiendo, aparecen efectos aún peores como la pérdida de capacidad motora, la falta de coordinación en los movimientos, la alteración de la visión, el mareo generalizado, etcétera.
"Estos efectos depresores pueden llegar a causar que la persona caiga en coma, o incluso muera”, alerta Rodríguez y sugiere reducir al mínimo, o incluso eliminar, el consumo de bebidas alcohólicas.
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