Dolors Gasull i Mola y Emili Magrí i Baijet se conocieron en la boba de unos amigos gay. Estuvieron sentados juntos durante el extravagante banquete que siguió la sencilla ceremonia civil, simplemente porque les tocó la misma mesa. Sus nombres estaban escritos en las cartulinas plateadas que había sobre los platos.
Por mucho que las bodas tengan fama de semillero de nuevos enlaces, ni Dolors ni Emili sintieron el menor deseo de emular el ejemplo de los felices novios que no paraban de besarse.
Conversaron lo justo entre plato y plato, pues no parecían tener gran cosa que decirse. Después de los cafés y licores, se marcaron un par de bailes: la cortesía obligaba. Apartando por un momento su apatía, Emili, al despedirse de Dolors, le pidió que le diera su teléfono. Dolors se lo dijo muy deprisa y él lo apuntó.
Una veintena de veces
La llamada se produjo. Quedaron. Tomaron unas copas en un bar de moda. Se acostaron en el piso de Emili. Al cuarto de hora de llegar, ya le estaba llamando un taxi. Repitieron la misma secuencia una veintena de veces antes de que Dolors se viniera a vivir con Emili. Eran pareja a todos los efectos, aunque, entre semana, sólo coincidían en casa a última hora cuando los dos estaban realmente agotados.
Dolors se levanta todos los días a las siete, cuando Emili, que trabaja en una multinacional en Sant Cugat, ya se ha marchado. Lo primero que hace es correr como una condenada durante media hora en la cinta de Emili, antes de ducharse y desayunar a toda prisa, pues le gusta estar en la oficina –es programadora- antes de que llegue su jefa, que suele ser sobre las ocho y media.
Rara vez vuelven a casa a la misma hora, de modo que casi nunca cenan juntos. Además, Dolors es vegana y Emili, un carnívoro empedernido. Tampoco ven la televisión o echan de vez en cuando una partidilla de cualquier juego de mesa. Cada uno se dedica a sus cuentas de Facebook, Twitter o LinkedIn. Emili siempre se acuesta el primero; ya ronca cuando llega a la cama Dolors.
Cita para acostarse
Tras pasar varios meses sin hacer el amor o siquiera acariciarse, acordaron reservar la última hora de las tardes de los sábados para estos menesteres. Como ya sabían los antiguos yoguis, el sexo bien entendido te ofrece más usos o posturas que una navaja suiza, pero hay que saber manejarla sin lastimarte. En el caso de esta pareja, empero, había una única postura que complacía a ambos; a saber: acostados sobre su lado izquierdo, él detrás de ella.
Pero enseguida surgió un problema. A ella le gustaba hacerlo con la luz apagada y a él no. Solución: que se pusiera Dolors un antifaz. El invento dio bastante buen resultado hasta que un sábado en plena faena Dolors, complacida, se dio cuenta de que Emili nunca había sido tan retozón. Intrigada, se levantó el antifaz, y lo hizo justo en el instante que Iniesta marcaba un gol en la pantalla de iPhone que seguía Emili con los auriculares puestos.
Los siguientes veinte segundos fueron el no va más para los dos…gol…gol…gol..gol.¡goooooooooooooooooool! Desde entonces las noches de la pareja son otra cosa. Se acuestan y, mientras lo hacen, ella sigue el último capitulo de "Masters of Sex”, que le encanta, chatea o adelanta un poco el trabajo. A Emili le atrae más una web de esas o echar una hojeada al Financial Times.
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