Hace unos días tuve un encuentro muy particular con una mujer que se sentía totalmente incapaz para tomar una de las decisiones, según su manifiesto, más importantes de su vida: seguir adelante con una relación de años, al parecer dañada, o terminarla.
Al indagar un poco sobre las características de la relación, la decisión parecía sencilla. Después de todo, ¿por qué permanecer en una relación en la que ambos están sufriendo episodios continuos de violencia psicológica, física, y en la que ha habido actos de infidelidad?
Como espectadores, a muchos nos puede resultar fácil decir: "esta relación se acabó”, pero como parte activa del problema puede ser más complejo de lo que se piensa.
Decidir romper con una persona con la que se han construido años de apegos económicos, emocionales y familiares no es una tarea sencilla, y esta situación suele estar vinculada a múltiples discursos que sirven de excusa para salir de algo que ya no hace bien a ninguna de las partes.
Se podría decir que si hay amor, todo se vence, pero en la vida real sabemos que el amor debe estar cimentado sobre bases sólidas de compromiso, respeto y lealtad. Por tal razón, eso que se piensa "amor”, con los gritos y la violencia, no lo es, y puede ser una razón más para terminar una relación.
A contracorriente
Pero, ¿por qué aun con todas esas razones suficientes, las personas deciden seguir juntas?
Cuando la ruptura afecta a más personas, como a los hijos y a otros familiares, o cuantos más años hayan pasado juntos a pesar de la insatisfacción marital, las crisis, la poca capacidad para discutir los problemas, los cónyuges suelen inventar más pretextos y argumentos para seguir conviviendo.
Debido a esta dependencia patológica, que puede ser emocional o económica, se origina el cuento eterno del "no puedo vivir contigo ni sin ti”, o lo que se llama en psicología: parejas colusionadas, que necesariamente necesitan terapia para solucionar sus problemas.
Reconocer si se está atravesando el fin de la relación es una tarea complicada para la pareja, sobre todo porque, al estar inmersos en un sinfín de emociones, sentimientos y pensamientos, resulta difícil tranquilizarse como para hacer una reflexión que los conduzca a aclarar la relación.
No es extraño que se produzcan autoengaños, porque si se asume que la relación está muy mal y hay que darle un fin o hacer un cambio de 180 grados, eso genera ansiedad, dudas y temores que pueden paralizar a la pareja, impidiendo avances. Es importante no tener miedo a tomar decisiones solo porque nos asusta la soledad.
Por esta razón, se debe pensar que:
Es aconsejable aceptar que nuestra vida es enteramente responsabilidad nuestra y la felicidad estará en las decisiones que asumimos.
No esperemos que el otro miembro de la pareja nos haga feliz, nos llene plenamente o cambie de la noche a la mañana.
Saber que no tenemos que resolver la vida de la otra persona, buscándole soluciones, dándole consejos y marcándole las pautas de cómo debe vivir su vida.
Aprender a escuchar. Lograr empatía. Nuestra opinión nunca es la verdad absoluta.
Aprender a pedir lo que necesitamos porque el otro no tiene que saber a ciencia cierta lo que queremos.
Tomar decisiones suele ser difícil y atemorizante. Pero si la persona se define, seguramente logrará un estado de satisfacción consigo misma.
Y si una pareja esta decidida y comprometida en salvar su relación, lo recomendable es buscar una ayuda profesional que los beneficie a ambos.
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