A pesar de que tener problemas en la relación de pareja afecta por igual a las esposas y a sus maridos, según una nueva investigación de la Universidad de Rutgers (EE.UU.) ellas sufren mucho más que ellos. El estudio ha sido publicado en la revista The Journal of Gerontology: Social Sciences.
Para su investigación, los expertos contaron con la participación de 722 parejas mayores (procedentes del Panel Study of Income Dynamics de 2009) que llevaban casadas una media de 39 años y donde los cónyuges tenían al menos 50 años de edad. El objetivo del estudio era ver de qué forma el funcionamiento de la pareja afecta individualmente a cada uno de ellos midiendo emociones como la tristeza, la preocupación y la frustración.
Las parejas fueron entrevistadas anualmente entre 1968 y 1997 y cada dos años desde 1997. Además, tuvieron que llevar un registro diario de todas las actividades que realizaba la pareja ya fuese en solitario o conjuntamente y completar cuestionarios acerca de su nivel de bienestar conyugal y el apoyo afectivo o falta de este.
Niveles de tristeza
El examen de todo el periodo de seguimiento del estudio reveló que las mujeres mostraban niveles significativamente más altos de tristeza, de frustración y de preocupación. Los hombres, por su parte, calificaron mucho más positivamente sus matrimonios que las mujeres y presentaron datos más altos en cuanto a la sensación de apoyo por parte de su pareja y menores niveles de tensión.
“La tensión está vinculada a niveles significativamente altos de tristeza y preocupación únicamente por las esposas; estas diferencias de género son marginalmente significativas. Podría ser que las mujeres casadas son altamente sensibles y se sienten responsables del clima emocional del matrimonio”, explican los autores.
A pesar de las limitaciones del estudio, que no midió factores como el narcisismo o la amabilidad de los participantes, los investigadores están convencidos de que revela “el complejo papel que tanto la evaluación propia como la del cónyuge juegan un papel importantísimo en las emociones cotidianas de los adultos mayores. Esto es particularmente importante ya que las parejas de edad, cada vez más dependientes y menos saludables, se enfrentan a la posibilidad de sufrir demencia o de convertirse en un cuidador.”, comenta Deborah Carr, líder del estudio.
¿SIMPLE CRISIS O SEPARACIÓN?
En función del modo en que se afronte una crisis, de cómo se comporten los miembros de la pareja ante esa etapa, la unión saldrá reforzada o será la primera fase del fin. Es decir, ante una fase conflictiva de la pareja la pregunta no es “¿es esto el fin?”, sino “¿quiero que sea el fin?, ¿me interesa seguir con el compromiso que supone esta relación?”. En definitiva, una mala racha será sólo una crisis si es superada, pero se convertirá en una separación si la unión acaba. La respuesta a algunas preguntas puede brindarnos pistas que nos ayudarán a tomar una decisión en esa difícil coyuntura: ¿Le amo? ¿Miramos juntos en la misma dirección, tenemos la misma meta? ¿Siento profundo interés por la otra persona? ¿La deseo? ¿Tengo confianza total en el otro?, ¿y en la propia relación? ¿Reflexiono y me comprometo para ver qué puedo aportar a la otra persona y a nuestra relación para mejorarla?
En fase de crisis nuestro estado emocional se altera; por ello, tengamos presente el alcance de las decisiones, sobre todo si se opta por terminar con la relación. No se separan dos personas, sino a veces una familia con hijos, todo un entramado de relaciones y amigos, de dependencias económicas, por lo que si la pareja se encuentra con frenos que impiden que la reflexión prospere, es conveniente acudir a un o una especialista en temas de pareja, que desbloquee la situación y habilite espacios para que la reflexión reúna las garantías deseables. Introducirá equilibrio y establecerá un protocolo para ayudar a la pareja a decidir mejor.
PARA FORTALECER LA PAREJA
Debemos utilizar o desarrollar estas habilidades:
Aceptar que nuestra vida es enteramente responsabilidad nuestra. No esperemos que el otro miembro de la pareja nos haga feliz. Nuestra felicidad depende, sobre todo, de nosotros mismos. No nos engañemos.
Saber que no tenemos que resolver la vida de la otra persona, buscándole soluciones, dándole consejos y marcándole las pautas de cómo debe vivir su vida.
Aprender a escuchar. Para ello debemos dejar lo que estamos haciendo, vaciarnos de otros pensamientos que distraigan nuestra atención e intentar colocarnos en su lugar para entender cómo se siente.
Aprender a dialogar. Nuestra opinión, forma de entender y de aprehender la realidad no son la verdad absoluta, sino sólo la nuestra.
Aprender a consensuar. Lo mío y lo tuyo han de ser tenidos en cuenta y debatidos para poder llegar a definir “lo nuestro”.
Aprender a compartir. Darse el uno al otro: preguntar cómo se encuentra, qué le incomoda, qué quiere y desea.
Aprender a pedir. Mostrar nuestra vulnerabilidad es la mejor muestra de amor, ya que no se la enseñamos a cualquiera.
Dedicar tiempo específico para la pareja.
Compartir hobbies, tiempos lúdicos, fantasías e ilusiones, al igual que acompañar en los momentos tristes, duros y penosos.
Compartir la economía. Forma parte de la relación de pareja.
Aprender a utilizar los conflictos y las crisis, para aprender más de nosotros mismos, ver qué necesitamos y cuál es el dolor que suscitamos en nuestra pareja. Que sean trampolín de desarrollo y no de estancamiento que no lleva a ninguna parte. Hablemos cuanto sea necesario, para que el problema no quede enquistado. No hay mayor desastre que el silencio.
Mimar con orgullo a la pareja. El sexo, las caricias y el “te quiero” han de decirse, hay que explicitarlos. No valen los sobreentendidos.
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