jueves, 26 de julio de 2012

Por qué amamos el chisme?

En una típica charla entre amigas puedes escuchar desde las aventuras sexuales de Lulú y las quejas amorosas de Juanita a los problemas de peso y extremas dietas de Marinita y la pequeña fortuna que gastó Rosita en una cartera. Y así, podemos pasar horas charlando con nuestras amigas y contándonos todo, literalmente.

Asimismo, en una conversación entre amigas, siempre hay una mujer que toma “la palabra” y comienza con un eterno monólogo saturado de inseguridades y problemas o con un discurso plagado de egocentrismo y narcisismo. Y admitámoslo, lo hacemos todas. Lo importante es saber cuándo hablar (y con quién) y cuándo cerrar el pico.

Una amiga te cuenta desde los molestos hábitos de su esposo (y la lista es detallada y larga) y los problemas de su vida sexual (sobre su sequía post parto) a los problemas que tiene con su jefe en el trabajo y los roces con su cuñada consentida…

En un almuerzo “se te escapa” la historia de tu pobre amiga que está pasando por un divorcio “fatal” ¿No te parece demasiada información? De manera automática, algunas mujeres sacamos todos nuestros “trapitos sucios” al sol.

Sin embargo, de alguna manera, hablar nos hace sentir bien. Para muchas pasar horas en el teléfono es un hábito difícil de romper. Y es que intercambiar intimidades y confidencias siempre ha sido la base de las relaciones femeninas. Las mujeres ancestrales, en la prehistoria, se reunían en la cocina de la cueva y cotilleaban mientras los hombres cazaban.

Investigaciones recientes sugieren que compartir cosas no solo es un pasatiempo femenino, pero nos acerca y nos ayuda a vincularnos con otras personas. También nos ayuda a reforzar ese narcisismo innato (que todas tenemos) y se siente igual de adictivo que devorarte un chocolate… ¿la razón? Altera tu psicología de manera profunda.

Como comer chocolate

Sabemos bien que las mujeres, por norma general, hablamos de nuestras cosas más que los hombres. Pero ahora se conoce la razón científica por la que especialmente nos sentimos mejor al contar con una amiga para desahogarnos o simplemente ponernos al día.

“Acudir rápidamente a nuestras amigas cuando tenemos un problema, tiene un efecto calmante en nuestro cuerpo”, dice Stephanie Brown, profesora del Instituto para Investigación Social de la Universidad de Michigan. “De manera intuitiva sabemos que nos sentiremos mejor si cotilleamos”.

El estudio dirigido por Brown, reveló que la responsable del bienestar que produce el “chismear” es la hormona femenina progesterona, vinculada al comportamiento social y al estado de ánimo de las mujeres.

Para llegar a estas conclusiones, Brown y su equipo analizaron la relación entre la cercanía interpersonal y la progesterona en 160 mujeres. Se las distribuyó por parejas aleatoriamente y realizaron diferentes ejercicios; a unas se les pidió que comentaran temas, como a quién les gustaría invitar a una cena (si pudieran escoger a cualquier persona del mundo) o cuál ha sido el logro más importante de sus vidas; a las otras se les pidió hacer actividades que no implicaran emociones, como corregir un texto sobre botánica. ¿El objetivo? Medir sus niveles de progesterona luego de realizar la actividad.

La conclusión fue rotunda: las que habían participado en las actividades “emocionales” habían aumentado sus niveles de progesterona.

De esta forma, cotillear nos hace sentir más cerca a nuestras amigas, lo que ayuda a reducir el estrés y la ansiedad. Por lo que no solo es un hábito y placer culpable que gusta y divierte, pero intercambiar emociones es bueno para nuestro organismo. Y es que se ha demostrado que hablar y sentirse cerca de alguien aumenta el bienestar.

Brown asegura que es importante encontrar los vínculos entre los mecanismos biológicos con el comportamiento social humano. “Estos vínculos nos pueden ayudar a entender por qué la gente que vive en relaciones muy cercanas son más felices, más sanos y viven más que los que están socialmente aislados”, afirma.

La conclusión está clarísima: Muchas de las hormonas implicadas en el comportamiento de unión y de ayuda llevó a una reducción del estrés y la ansiedad en los seres humanos y otros animales. Ya sabes por qué tu cuerpo te pide (literalmente) una buena dosis de cotilleo.

Hablar mal de otros

Es evidente que las mujeres disfrutamos el cotilleo, y que esta actividad tiene beneficios, sobre todo cuando se trata de criticar a alguien por lo que hizo y contar a otros sobre ello, así lo demostró un estudio realizado por los psicólogos Robb Willer, Matthew Feinberg, Dacher Keltner y Jennifer Stellar, de la Universidad de Berkeley, que concluyó que chismear puede ser terapéutico, reducir el nivel de estrés y mitigar las malas conductas.

En los experimentos, la frecuencia cardiaca de los voluntarios aumentaba cuando veían a alguien comportarse mal, pero este aumento era atenuado cuando podían compartir lo que sabían con otras personas. Es decir, divulgar la información sobre la persona que se comportó mal tiende a hacer que la gente se sienta mejor. Incluso hay quienes pagarían por poder hacer circular un chisme.

En su conjunto, los resultados de este estudio indican que la gente no tiene por qué sentirse mal por revelar conductas inapropiadas de los demás, especialmente si ayuda a evitar que otra persona sea víctima de los malos actos de la persona a la que se critica.

¿No nos pasa a todas? No nos encanta divulgar el chisme cuando un “chico” hace algo malo a una “chica” o viceversa. Es uno de los temas más comunes de conversación.

Prudencia, por favor

Sin embargo, existen barreras sobre lo que puedes (o debes) compartir; no te excedas. Y es que algunas tenemos una apertura emocional compulsiva mejor conocida como “co-rumiar”, de acuerdo a la psicóloga Amanda Rose de la Universidad de Missouri, que condujo un estudio sobre las mujeres y el cotilleo.

“Lo que siempre nos dicen es, ‘habla sobre ello y te sentirás mejor”, dice Rose. Pero hablar sobre el mismo problema por horas y horas (y día tras día), valida la importancia de ese problema en tu vida. Y es que, cuando analizas el “issue” de manera minuciosa, una y otra vez, sientes que el problema crece y se convierte en más grande de lo que en realidad es”, explica Rose.

De manera poco sorprendente, el tema número uno entre las “rumiadoras” son los hombres, y asumimos que son los “chicos malos”. Y es que cuando tenemos una mala experiencia con un hombre nos aseguramos que todas las chicas se enteren y nos apoyen, por lo que terminamos contando todos los detalles. Una vez que ya contaste a tu grupo de confidentes, cuentas a tus colegas de trabajo, y luego a tus conocidos, y luego a cualquier persona que muestre interés.

Tanta confesión debe elevar tu progesterona a los cielos. Pero no es así. De hecho, muchas veces cuando hablamos demasiado sobre un mismo tema, salimos perjudicadas. Esta investigación también muestra que hablar de manera excesiva de un problema puede llevar a la depresión o ansiedad. En ese sentido, compartir de manera sana (para obtener los beneficios del chisme) es como todo en la vida: debes practicarlo con moderación. Desafortunadamente, nuestras ganas de compartir comienzan mucho antes que definamos “moderación”, un término que varía de una mujer a otra.

Cuidado con lo que cuentas

En las oficinas, en los cafés, en la calle, mientras nos hacemos las uñas… las mujeres no cerramos la boca. Incluso hay veces (y son varias) que hablamos de más y al día siguiente tenemos una especie de “resaca verbal” (¿por qué le conté eso anoche?)

Compartir información clasificada tiene sus riesgos y puede traerte problemas, y muchas somos vulnerables a ellos. Ten cuidado con lo que cuentas, pues puede volver a atormentarte.

Pat Heim, una experta que escribe sobre el género en el trabajo, cuenta que muchas caemos en esta trampa en las culturas corporativas.

“Los hombres viven en jerarquías, y las mujeres vivimos en una cultura plana donde el poder es compartido de manera igualitaria”, dice Heim, autora del libro In the Company of Women: Indirect Aggression Among Women.

Ella nos advierte y dice que debemos tener cuidado con lo que contamos y a quién contamos nuestras cosas, pues compartir mucho nos hace vulnerables. “Estas intimidades pueden convertirse en un arma poderosa en tu contra”, asegura. /

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