Mauricio Souza CrespoUno: Escena inicial: Adam y Emma, los protagonistas de esta comedia romántica, se encuentran en la tierna adolescencia compartiendo el tedio de un campamento de verano. Este primer encuentro es profético, como suele suceder en el género: marca la dinámica o el proyecto del resto de la película. Él, todo un caballero, le cuenta, sin poder contener las lágrimas, que sus padres se están divorciando. Ella, gran oreja, apenas se sobrepone a su frialdad emocional y lo abraza: “No soy buena con los sentimientos”, le dice. Él, ya más tranquilo, aprovecha el acercamiento para preguntarle: “¿Te puedo meter el dedo?”.
Dos: Amigos con derechos, decíamos, es una comedia romántica. O, si se quiere, es una fábula amorosa que busca, al mismo tiempo, ser chistosa. Según la primera parte de la receta, se requiere que los protagonistas conquisten una serie de obstáculos (el tiempo, la inmadurez, el trabajo, la ceguera emocional) antes de, invariablemente, descubrir que están hechos el uno para el otro. Según el segundo componente de la fórmula, se supone que en el camino se vean envueltos en diálogos y situaciones graciosas, varias caídas completas en el ridículo y, si se puede, es de rigor que nunca los abandone un buen reparto de personajes secundarios “excéntricos” (los amigos de él y ella, los padres, los otros pretendientes). En todo esto, Amigos con derechos es fiel a lo que se espera de ella.
Tres: Pero como anuncia nuestra descripción de la primera escena, y a tono con lo que algunos llaman “la nueva comedia hollywoodense”, hoy ya no se puede volver impunemente ni siquiera a los clásicos recientes del género (por ejemplo, Cuando Harry conoció a Sally, del que este nuevo producto copia, no obstante, varias ideas). Hoy ya es imprescindible condimentar la receta con “audacias” del tipo ya mencionado (“¿Te puedo meter el dedo?”). La comedia funciona, en estas películas, en tanto falsa sofisticación del romance: ya que un “te amo” no se puede pronunciar sino irónicamente, la ingeniosa vulgaridad de los diálogos sirve de protección, de coartada. Y si es cierto que nadie puede confesar su amor sino indirectamente (“como escriben los malos poetas, te amo”), en esta película lo que se declara es: “Se podría afirmar que tengo sentimientos por ti y, a propósito, ¿te puedo meter el dedo?”.
Cuatro: La premisa de Amigos con derechos viene de Seinfeld, la clásica y gran serie televisiva, que en uno de sus capítulos exploró, cínicamente, el siguiente reto o santo grial de la vida contemporánea: ¿es posible tener un amigo o amiga, coger con él o ella como conejo y mantener la amistad? o, para decirlo con precisión, ¿es posible conservar un amigo/a con derechos mutuos de penetración? La respuesta en Seinfeld es conocida: no. Pero, a diferencia de Seinfeld, en la que el experimento fracasa para regresar a la amistad, en Amigos con derechos conduce a la conservadora y moralizante conclusión de que, si empezamos con el sexo, irremediablemente acabamos en el altar.
Cinco: Hay una serie de guiños post-feministas y anti-tradicionales en el planteamiento del asunto. En la medida, claro, en que Hollywood entiende (o no) estos asuntos: invierte estereotipos y parece violar, sólo para declarar su triunfo absoluto, una serie de tabúes. En Amigos con derechos, como se ya anuncia en la escena inicial, el chico es el vulnerable, tierno y abierto a una relación; ella, en cambio, no tiene ni el tiempo ni las ganas de embarrarse con sentimentalismos. Y es ella la que, luego de varios encuentros casuales a lo largo de los años, propone el experimento: verse para coger, sin la carga de los celos, las peleas, las citas, las conversaciones, los compromisos, los gestos posesivos. Esito nomás había sido una “mujer liberada”: la que se comporta como un “hombre”.
Seis: Pero la prueba de que, después de todo, esto es Hollywood llega pronto: en el fondo, pese a que no tienen tiempo (pues trabajan y hasta tienen pasiones intelectuales), pese a que la pasan mejor entre sus amigas, pese a que disfrutan del “sexo sin compromisos”, las nuevas mujeres quieren, en el fondo-fondo, lo que se sabe que todas quieren: encontrar al “único”, al príncipe azul que las guiará a la normalidad: casamiento, hijos, casa y perro en los suburbios.
Siete: De hecho, estas “comedias románticas” de nuevo cuño venden una sofisticación engañosa. Reconocen con una mano los “nuevos tiempos” (i.e.: la liberación sexual femenina, su celo profesional-laboral, la apertura del discurso amoroso a la honestidad) y, con la otra, concluyen que esas novedades son superficiales, casi veleidades de la ingenua inmadurez de sus protagonistas. Amigos con derechos propone esta hipótesis: “todos estos rollos de la ‘mujer emancipada’ son pasajeros. Puede ser que la mujer sea capaz de abrir puertas, pero sabemos que desean que un caballero se las abra”.
Ocho: La ironía que películas como ésta convierten en su registro dominante es, al fin de cuentas, agotadora. En una suerte de narcisismo radical, se cree que si guardamos distancia con respecto al mundo nuestro conformismo se convertirá de alguna manera en respetable. Que si nos reímos de la cursilería, esa cursilería dejará de serlo cuando la sigamos practicando. Amigos con derechos, por ejemplo, hubiera sido más interesante si la pareja en cuestión se las ingeniaba para seguir cogiendo sin compromisos. Aunque ni eso hacen al principio: el sexo es un mero preámbulo, irónico y aséptico, de la verdad, que en este caso es conocida: vivimos para casarnos o encontrar pareja estable. Sin mayor humor, con una ligereza reaccionaria (“hay que divertirse hasta sentar cabeza”), Amigos con derechos termina haciendo lo que tantas “nuevas comedias” recientes: nos mete el dedo sin permiso.
Y medio: Este género, entre nostálgico y escapista, se llama informalmente en inglés “chick flick”, que se podría traducir como “peli para chicas”. Con ello, se nombra algo específico: a) una película en la que los diálogos son importantes; b) que no incluye tiros, caídas, explosiones, persecuciones o batallas; c) que apela a emociones. Todo esto me parece recomendable.
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