Ayer, apenas balbuceaba, y hoy me dijo que su profesora era una ‘cojuda’”, se lamenta Carla B., mamá de un niño de ocho años. “En la casa no hablamos así, pero en el colegio aprendió de todo. La primera vez que le escuché una palabrota le grité y le dije que no volviera a decirla, pero continúa con lo mismo”. Si tu hijo o hija dice una grosería y tú le gritas o le festejas la gracia, acabas de introducir las malas palabras dentro de tu hogar, pues el niño sabrá que así llama la atención.
El sicólogo Alexis Olivares aconseja que cuando un niño pronuncie una de estas palabras, los papás deben responder muy serios “no entiendo lo que quieres decirme”, jamás reír o festejar el disparate, “eso sería incentivarlo a que lo siga haciendo porque divierte a los padres”, advierte Olivares.
No digas malas palabras si luego no quieres escucharlas. “Si tienes amistades malhabladas, intenta que tu niño no se relacione mucho con ellas y, si se da el caso, explícale que esas palabras no se pronuncian porque son una falta de respeto.
Demuéstrale además que no tienen coherencia”, pues los niños no saben a cabalidad el significado de estas palabras. Y a los amigos graciosos que le fomentan las groserías, diles que después tendrás que castigar al niño por su culpa.
Cuando a tu hijo se le pegue algún disparate, por más que se haga lo imposible por evitarlo, dile: “A ti no te gustaría que te digan lo mismo, seguramente te dolería mucho. Entoces no lo hagas con otros”.
Si bien un disparate puede resultar gracioso al principio, lo será menos cuando implique sanciones en el colegio, ya que a largo plazo, se puede convertir en un problema de conducta. “La idea es pararlo de inicio y hablarle claro. Explicarle que algunas palabras no deben decirse porque lastiman y hablan mal de él mismo. También habrá que explicarle que en cualquier momento tendrá algún problema serio”, explica la sicóloga Silvia Canedo.
Entra en acción
Comprender. La mayoría de los niños menores de tres años no van a comprender que determinadas palabras son inaceptables. Por lo general, ignorar la ofensa cuando son muy chiquitos es la mejor solución. Pero después de que ya son más grandes, es más probable que entiendan que ciertas palabras tienen distintas connotaciones. Por lo tanto, ahí es cuando se debe actuar.
Lenguaje. Las explicaciones son varias y apuntan —según la edad— a un simple juego con el lenguaje, la clásica manifestación de rabia, el intentar parecer más grandes, obtener la atención del entorno de forma rápida y efectiva, etc.
Estas son algunas de las razones que los empuja a practicar ese lenguaje. Mírale a los ojos y explícale que esas palabras no se deben utilizar porque ofenden.
Alternativas. Mientras que hay muchas formas en que los padres pueden evitar que los niños digan malas palabras, es muy difícil controlar todo el tiempo. Los psicólogos sugieren probar exclamaciones alternativas, como por ejemplo, ¡rayos!, o ¡ajjj!, etc. Son términos que aunque también carecen de coherencia, en todo caso no lastiman a ninguna persona.
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