lunes, 28 de marzo de 2011

Vida en familia ¿Cómo actuar si tu hijo tiene una rabieta?

Póngase en situación. Imagine a unos padres en el súper acompañado de su hijo de tres años. Ellos hacen la compra mientras el niño camina a su lado observando los productos. Todo tranquilo hasta que el pequeño posa sus ojitos sobre un huevo de chocolate que tiene un juguetito dentro y pide que se lo compren. La madre niega con la cabeza: “De eso nada, que vas a comer en un rato”. El niño insiste, la mujer aguanta el tirón. Pero cuando el pequeño se da cuenta de que no va a conseguir lo que desea empiezan las voces, los pucheros y aquel pequeño angelito se transforma en una especie de minidemonio que no para de llorar y patalear contra el suelo al grito de: “¡Lo quiero, lo quiero, lo quiero!”.

Si se ha visto reflejado en esta anécdota no desespere. Su hijo es de lo más normal. Las rabietas son habituales en los niños de 1 a 3 años, edad en la que empiezan a tener deseos de autonomía que ven frustrados por las limitaciones que les imponen sus padres. También hay circunstancias que pueden facilitar su aparición como el sueño, el hambre o estar enfermo.

Lo importante es cómo los progenitores abordan estos berrinches. Si usted fuera la madre o el padre de un niño como el de la historia, ¿que haría? ¿Chillar, zarandearlo, castigarlo cuando lleguen a casa, cumplir sus deseos...? Error. Ninguna de estas opciones es la correcta si queremos que el niño aprenda que este comportamiento no le lleva a ninguna parte.

La Asociación Española de Pediatría en Atención Primaria (AEPap) aconseja a los padres mantener la calma y el control, aunque sea complicado. Gritar, regañar, zarandear o intentar razonar con el niño no va a solucionar nada. Tampoco se le puede conceder lo que pide o premiarle si deja de llorar porque de esta manera aprenderá que “montando el pollo” consigue lo que desea.

Cuando la rabieta comience puede ser efectivo intentar distraerle con otra actividad u objeto. Si esto no funciona, lo mejor es adoptar una actitud de indiferencia hacia el pequeño, sin enfados, promesas o amenazas. “El niño pretende llamar la atención y si se le hace caso, aunque no consiga aquello que motivó el berrinche, de algún modo habrá salido ganando y, sin querer, podemos reforzar ese comportamiento o sea le "enseñaremos" a tener más rabietas”, explica el pediatra Miguel Ángel Fernández-Cuesta Valcarce.

Otro punto importante es conseguir que el pequeño se tranquilice. Para ello, si está en casa, lo mejor es llevarle a la habitación durante unos minutos sin hablarle ni regañarle.

Si el niño monta el “numerito” en un sitio público, acompáñelo a un sitio más tranquilo hasta que se relaje. Si se muestra violento, puede sujetarlo pero sin hablarle ni mirarle.

“Cuando se le haya pasado el enfado, no se le debe castigar ni gritar, sino darle seguridad y afecto, pero sin mimarle en exceso ni darle ningún tipo de premio, explicándole lo inadecuado de su comportamiento”, señala el doctor Fernández-Cuesta.

PREVENIR LA RABIETA

Pero mejor que curar es prevenir. Si no queremos que el niño haga una escena hay que evitar las situaciones y circunstancias que puedan facilitarlas, como el hambre o el sueño.

También es importante fijar unas normas y no cambiarlas en ningún caso, para que el pequeño conozca perfectamente dónde están sus límites.

No sólo hay que hacerle caso cuando se porta mal. Los hijos buscan la atención de los padres y si sólo le miran cuando hace cosas malas entenderá que esa es la única manera de que le dediquen más tiempo. Es importante que los padres también alaben las buenas conductas del pequeño.

Las rabietas suelen producirse porque el niño no es capaz de expresar sus sentimientos hablando. Hay que enseñarle a canalizar su frustración utilizando las palabras.

Los niños son unos perfectos imitadores. Si ven a sus padres gritar o discutir no dudarán en utilizar estas fórmulas cuando se enfaden. Debemos evitar comportarnos así delante de ellos.

Y por último, si se va a cambiar de actividad es mejor hacérselo saber con tiempo para que vaya asimilándolo. Por ejemplo, si hay que ir a cenar y el niño está jugando, es mejor avisarle unos minutos antes para que vaya recogiendo.

PROCESO NORMAL

Como normales y parte del proceso de maduración son las rabietas y berrinches que tienen los niños entre los dos y tres años, aseguran especialistas del Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS) en Jalisco, quienes señalan que el Trastorno de Déficit de Atención e hiperactividad son algunos de los detonantes.

Los especialistas indican que en condiciones normales el 80 por ciento de los menores entre los dos y los tres años presentará rabietas o berrinches al menos una vez por semana, mientras que el 20 por ciento restante, el origen de la rabieta puede ser de tipo orgánico, por lo que la intervención especializada es fundamental.

Explicaron que tanto el Trastorno de Déficit de Atención (TDA), depresión y sueño insuficiente, son tres de los principales detonantes de las rabietas.

No te olvides...

El saber la causa de las rabietas es importante, sobre todo en niños muy pequeños. Si la rabieta se hace para conseguir algo o saltarse alguna norma hay que mostrarse especialmente firmes, porque si se cede lo único que se conseguiría es que se reproduzcan en el futuro. Otra cosa es cuando la rabieta está motivada por el cansancio o la frustración en la que se puede suavizar algo la situación o permitir una salida para que acabe.

Bien mirado los berrinches son una ocasión para enseñar al niño a autocontrolarse.

A medida que las rabietas se producen aumenta también el conocimiento de los padres de los momentos y las situaciones en las que es más probable que ocurran.



Las secuelas de los castigos

La forma en la que los padres reaccionan cuando su hijo tiene una rabieta puede conducir al niño a problemas de comportamiento, ansiedad o retraimiento. Y el efecto será más pronunciado si el pequeño muestra con frecuencia emociones negativas como la ira y el temor social, según un estudio de la Universidad de Illinois.

En este sentido, el trabajo insiste en que los niños necesitan ayuda adicional para tratar estas emociones negativas que van apareciendo en su personalidad y afirma que los progenitores son quienes tienen la principal responsabilidad en este asunto.

"Los niños, más que las niñas, necesitan la ayuda de sus padres, algo que, a menudo, manifiestan a través de las emociones, como el enfado o el temor", señala la investigadora Nancy McElwain. En este sentido, advierte de que si los padres ridiculizan a sus hijos por tener estas actitudes, haciéndoles sentir tontos o pasar vergüenza, los pequeños pueden ocultar estas emociones, lo que perjudicará su comportamiento a medida que crecen.

"Cuando los padres castigan a sus niños por tener rabietas o miedos, los niños aprenden a ocultar sus emociones en lugar de mostrarlas. Esto hace que vayan acumulando estos sentimientos y convirtiéndose en el futuro en personas cada vez más ansiosas e irascibles", concluye el estudio.

Según los investigadores, los padres deben enseñar a los hijos a regular y expresar sus emociones.

¿qué son las rabietas?

Son fuertes explosiones de genio de los niños pequeños, consistentes por lo general en: llorar, gritar, tirarse al suelo, no hacer caso a ningún tipo de razonamiento, dar puñetazos y puntapiés a los objetos, golpearse la cabeza contra el suelo o la pared, etc.

¿CUÁNDO SON FRECUENTES?

Son más frecuentes en los primeros cuatro años de vida, especialmente en “los terribles dos años”. Remiten con la edad, por lo que a medida que el niño crece es menos probable que ocurran. No obstante, la frecuencia de las rabietas depende tanto del temperamento (hay niños más tranquilos que las hacen de tarde en tarde, mientras que otros las sufren repetidamente) como de la manera en que el adulto las enfrenta (si el niño se sale con la suya con las rabietas, estas se harán más frecuentes).

¿HASTA QUÉ EDAD OCURREN?

Si las pataletas se tratan adecuadamente desaparecerán sin mayor problema. Si no se abordan bien, nos encontraremos con niños mayores de seis o siete años que las seguirán utilizando para conseguir sus propósitos.

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