El síndrome de Down es un trastorno que afecta las capacidades intelectuales de los niños, en especial la comunicación.
Con frecuencia, los padres que tienen hijos con síndrome de Down empeñan sus mayores esfuerzos en la mejora de las habilidades lingüísticas de los pequeños, dejando de lado una prioridad: la comunicación.
Muchas veces, en el esfuerzo por lograr que los niños Down perfeccionen el habla y la escritura, los padres relegan a un segundo plano otros aspectos influyentes en su comunicación: el entorno familiar, el círculo social y el ambiente escolar.
La comunicación no es únicamente la facultad de hablar, decir o describir ideas con palabras, sino se trata de un proceso que conlleva una serie de conductas gestuales y posturales, que permiten comprender —sin palabras— aquello que los niños necesitan expresar.
Otro tipo de comunicación surge de esta conexión entre los seres que enfrentan discapacidades y el amor de los padres que aprenden a reconocer sus pensamientos: el lenguaje del alma.
Para lograrlo con éxito, es esencial despojarse de todo precepto existente acerca de tal o cual cosa, para dejar campo libre a las interpretaciones, los descubrimientos y la codificación de cada uno de los gestos y señas que sean efectuados por los niños afectados por el síndrome.
Los padres que tienen un hijo Down saben muy bien que las miradas y el comportamiento de sus retoños denotan pautas para comunicar aquello que requieren en determinado momento.
Al mismo tiempo, este perfeccionamiento de la interpretación no debe ser o estar direccionado solamente a los afectados, por el contrario, debe partir de los adultos o responsables del cuidado de los menores.
Establecer una “conexión” con el otro implica ciertas reglas que no pueden ser omitidas. Entre las principales figuran la tolerancia, la paciencia, el amor, el respeto, la motivación continua y la complicidad con los hijos.
Estos elementos, ciertamente, impulsarán el nacimiento de un lenguaje que cobrará mayor confianza, seguridad y libertad en el proceso comunicacional entre padres e hijos.
Y este proceso no es privativo de los hogares con niños Down, sino que debería formar parte de las habilidades sociales que todo ser humano posee en este mundo.
El entorno familiar y escolar, en la mayoría de los casos, toma algo más de tiempo en adaptarse a la llegada de un niño con capacidades diferentes. Conversar honestamente con nuestros relativos y con los pedagogos escolares acerca de las maneras no convencionales de comunicación que corresponden a los niños afectados por el síndrome garantizará una mejoría cuantiosa y notable en su desarrollo personal, intelectual y social con sus semejantes en cualquier contexto, sin perder el rumbo en lo referente a la educación académica formal, la urbanidad y los buenos modales, que no deben ser ignorados cuando se educa correctamente a los hijos.
Es importante recordar que el amor es el motor principal que alimenta el crecimiento de los pequeños y engrandece a las personas adultas.
7 son los días de la semana en los que los niños aprenden algo para su bienestar personal y social.
¿A qué llamamos HABILIDADES SOCIALES? Las habilidades sociales son el conjunto de conocimientos referidos a los buenos modales, urbanidad y nociones de sana convivencia con los demás.
Algunas veces, los padres se inculpan por corregir los desatinos propios de la inocencia de sus hijos, pero decir “pobrecito” como licencia para permitir que los niños traspasen las barreras de lo que es aceptable y excesivo en su comportamiento perjudicará el proceso de maduración natural de los pequeños.
Cariño y límites van de la mano. Es imprescindible educar a los hijos en cortesía, discreción, orden, pulcritud, aseo personal, conversación y demás cuestiones inherentes al buen desenvolvimiento social, sin la necesidad de severidad rigurosa. El amor permite corregir a los niños de manera suave y con palabras, antes que con golpes o insultos.
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