Estás soltera y llegó el viernes, “noche de chicas”. Luego de varios SMS logísticos y demasiados cambios de “outfits”, estás lista para salir. Aunque tu meta de la noche no es encontrar al “indicado”, sabes que alguna de las chicas (si no todas) sí está en busca de un soltero “10”. Y es que las mujeres somos así: hasta que nuestra pareja no esté asegurada, tú—al igual que millones de mujeres disponibles—estás buscando a ese alguien “especial”.
Cuando te encuentras con tus amigas para tomar un trago, tú y las otras chicas, escanean el lugar de manera discreta, analizando los prospectos amorosos. De repente tu mirada se enfoca, no en un hombre, pero en una mujer que acaba de entrar al bar. Todos los presentes se dan la vuelta y miran a la fénix que surgió de las cenizas; es alta, bella… es, aunque no quieras admitirlo, una Helena de Troya (así la llamaremos).
Se quita su abrigo y revela un cuerpo fabuloso, que quisieras que no esté allí. “Maldita” piensas y te concentras en el menú, la charla, tu celular—cualquier cosa para distraerte. Cuando piensas que tu envidia alcanzará punto de ebullición, te das cuenta que “Helena” está parada frente tuyo. “Hola” dice, saludando tímidamente a tu mesa.
“Que bien que pudiste venir”, dice una de las chicas. El resto de ustedes no sabe qué decir y se miran perplejas pensando: “¿qué está pasando aquí?”.
“Chicas, ella es Helena. Trabajamos juntas y se acaba de separar, así que pensé invitarla esta noche”, dice tu amiga con entusiasmo, mientras que tú te sientes invisible a lado de “Helena”. Tranquila… esta reacción es natural y normal en las mujeres.
“Las mujeres tendemos a ser muy cuidadosas cuando vemos una mujer físicamente bella”, dice Jessica Weiner, autora de Life Doesn’t Begin 5 Pounds From Now. “Hay una competencia establecida y parte de ella es biológica. Pero otra gran parte viene de esa presión social que sugiere que las mujeres debemos competir para encontrar una pareja”.
Para tu sorpresa (y también decepción) resulta que Helena es súper buena gente y simpática. Observas como los hombres detienen sus conversaciones y voltean sus cabezas para mirarla… y ya no te cae tanto.
Por fin termina la noche y días después recibes un mensaje amistoso de Helena. Secretamente estás halagada que, de todas las chicas, ella te contactó a ti. Luego de unos cafés con Helena, la ves de manera diferente, más clara. Sigue siendo delgada, alta y bella, pero también lucha con cosas ordinarias como toda mujer: odia su trabajo, se queja de sus rollos (que todo el yoga del mundo no puede eliminar), se muerde las uñas y confunde palabras complicadas. A primera vista, todo parece tan fácil para ella, pero si miras más de cerca, puedes ver que ella es… bueno, normal.
“Una vez que desarrollas una relación con alguien, la belleza es menos visible. El sentido del humor, la bondad, la compasión, la creatividad, espontaneidad… se vuelven en valores más importantes”, asegura Helen Fisher, PhD., antropóloga biológica y autora de “Why Him? Why Her? How to Find and Keep Lasting Love”.
Es verdad. Ahora te gusta pasar tiempo con Helena. Solas. Pero en público—donde todos (y todas) la miran embobados—no puedes librarte del sentimiento que tú eres la menos atractiva. Nuevamente, Fisher nos explica por qué: “Incluso si no somos superficiales, no olvidamos cuando una mujer es más linda que nosotras. Lo podemos sobrepasar, pero el cerebro lo encuentra difícil olvidarlo completamente”.
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