jueves, 4 de julio de 2013

Celos: detonante del feminicidio



L a historia y la literatura son ricas en ejemplos sobre los celos, que son expresión inequívoca de la inseguridad de la posesión: Otelo con la obsesión del Moro tiende a aborrecer el amor, su falta de sentido crítico le induce a prestar atención a las sutiles y premeditadas insinuaciones de Yago y su imaginación le crea una jaula en la que va a quedar prisionero como un implacable felino en su fiereza.

Gabrielle D Annuncio en el “Inocente” describe magistralmente la pasión de Tulio Hermill, que estremece al lector por el crimen que comete por su mucho amor.

El celoso de imaginación duda sin pruebas temiendo el engaño que zahiere su amor propio y dignidad; el celoso de los sentidos que supone o sabe, duda de la exclusiva posesión en el futuro y sufre de no poder olvidar lo que ha perdido, y más intensos son los celos del corazón que perdonan y siguen amando, decantando la conclusión que a cada temperamento le corresponde un tipo distinto de celos.

Los celos difieren en cada individuo, pues el temperamento y la experiencia nunca se equiparan. El que ama como Werther, la excepcional creación de Goethe, no puede tener celos análogos a los que aman como Don Juan; el inteligente, el tonto, el soberbio y vanidoso, el digno, el joven, el viejo celan de distinta manera, así cada celoso tiene los celos según su forma de amar.

Los celos del amante y del cónyuge son diferentes en profundidad, pues son muy distintos los egoísmos exaltados en celos por la seguridad de posesión. En el amante obra el amor propio, mientras que en el cónyuge prima el sentimiento de propiedad. La infidelidad revela al amante la desilusión de otro amor y le humilla admitir la desilusión amorosa del ser que aun sigue siendo el objeto de su propia ilusión; por el contrario, para el cónjuge la infidelidad representa un hurto en perjuicio de la posesión exclusiva y perenne pactada contractualmente en el matrimonio.

Ilustrativo para el lector es distinguir los celos de otras pasiones que le son parecidas; suele denominarse amor a varios sentimientos que tienen raíces instintivas diversas y no presentan un homogéneo contenido afectivo. Con la misma imprecisión se denominan celos a varias formas de egoísmo o de envidia; los niños, se dice, celan a sus hermanos cuando los suponen preferidos, los padres se celan entre sí cuando se concede a otros la confianza que cada uno ansiaría le estuviesen reservadas en exclusividad.

En el amor entre personas de distinto sexo los celos expresan pasión desequilibrada y casi siempre dramática y conmovedora.

La imaginación estructura los celos más trágicos; el celoso imaginativo construye absurdas quimeras que lo obsesionan, no teme lo que sabe, sino lo que ignora.

Cuando nacen los celos de imaginación sobre temperamentos perversos se convierten en un insaciable afán de hacer sufrir, en un verdadero sadismo sentimental. Los celos del que ama con los sentidos sufre la pasión de los celos bajo otra forma ya que objetiva las imágenes físicas de la infidelidad. En esta clase de celos tiene parte mayoritaria el sentimiento de propiedad que el amor propio.

El daño causado irrita más que el temor de la pérdida de reputación y, si no puede perdonar, debe dejar de amar pues seguirá atormentando a la persona que pretende seguir amando.

Cuando sólo se ama a sí mismo no puede seguir llamando amor a su vanidad, a su odio; el mal ajeno nunca fue remedio al dolor propio, pues se extraña la dignidad en los celos que no perdonan ni olvidan.

Por ello, la moral cristiana no es obsecuente cuando pregona que debe preferirse al celoso que sufre y perdona, al celoso que odia y mata. Hoy convivimos con horror el incremento espeluznante de casos de feminicidio en Bolivia, teniendo como causa o fundamento a los celosos imaginativos, cuyos celos son odio que ciega, vanidad que los convierte en verdugos y en víctimas.

Lo razonable a este inextricable tema seria que todo hombre sea digno y renuncie al amor de la persona cuya ilusión sentimental no ha podido preservar, por su acendrado machismo no superado y su afán de posesión, de lo contrario, está latente su potencialidad a la comisión de feminicidio.

Es un imperativo que la felicidad de los amantes se emancipe de los prejuicios egoístas que envenenan toda experiencia sentimental, obteniendo como corolario importantísimo que se debe respetar profundamente a la mujer y con convicción, al ser más importante de la creación, y ese respeto implica no agredirla ni con un pétalo de rosa… expresado coloquialmente.

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