“Estamos unidas para siempre”. “Parecemos el perro y el gato”. “Nuestra relación es fría y distante”. ”Somos como amigas”. “Deja que te ayude, hija”. Si eres una mujer, independientemente de la edad que tengas ahora, ¿con cuál de estas formas de relacionarte con tu madre te identificas más?
Estas son las cinco formas básicas de “vínculos difíciles” que mantienen madres e hijas y en las que cada una de ellas se pierde, simbiotiza o difumina a sí misma al relacionarse la una con la otra, de acuerdo a la escritora estadounidense Maureen Murdock, autora del libro “Ser mujer, un viaje heroico”.
Conforme a los estudios de esta psicoterapeta de orientación jungiana (www.maureenmurdock.com) afincada en California (EE.UU.), cada uno de estos modos de relacionarse “es una historia de culpabilidad, resentimiento y dependencia, de heridas sin curar. Es la historia de una relación que no es libre, y por ello no puede ser plena, presente y abierta”.
Para la experta, a partir de estos cinco modelos de vínculo existen muchas y complejas variaciones, “tantas como mujeres”, quien indica que “la relación madre-hija es tan compleja que en la mayor parte de la literatura sobre mujeres y en los cuentos de hadas, la madre está ausente o muerta, o aparece como una malvada”.
En ocasiones, según Murdock, madre e hija “expresan una dependencia que no resulta sana y la manifiestan diciendo frases del tipo “¡estamos tan unidas!”. Sus relaciones con los demás sufren porque lo primordial es siempre el nexo materno-filial”.
“Estas mujeres se sienten orgullosas de su intimidad, y utilizan su codependencia para evitar la edad adulta, la intimidad con los demás y el miedo a perderse la una a la otra”, señala la experta.
Otro tipo de relación frecuente es el de aquellas madres e hijas que se llaman con frecuencia, incluso a diario, y se consideran muy conectadas, aunque siempre acaban recriminándose mutuamente.
Según Murdock, ambas repiten modelos de la adolescencia, el de la madre adulta y la hija niña, “pero existe resentimiento por ambas partes, porque en realidad no se comprenden. Bajo esta incómoda relación subyace una dependencia encubierta basada en la incapacidad de dejar de representar sus papeles”.
Los disfraces del rencor
En otros casos, madre e hija parecen ser autónomas, sólo se ven cuando la vida familiar lo requiere, pueden estar muy ocupadas en sus respectivas actividades, pueden vivir muy alejadas y tener estilos de vida muy diferentes. Una o ambas pueden actuar como si les fuera muy bien así.
No obstante, según Murdock, “debajo de todo esto puede haber un rencor que duele desde el pasado, un anhelo por reconectar y un sentimiento de culpabilidad, en la fría distancia interpuesta por una de ellas o ambas”.
A veces, la hija y la madre parecen estar muy unidas y tenerse mucho afecto, pero han creado una relación atípica en la que pretender actuar como ‘adultas’ la una con la otra, omitiendo sus diferencias y necesidades, según la psicoterapeuta.
Para Maureen Murdock, “aunque en apariencia comparten muchas cosas, ambas encontrarán la manera de salirse con la suya y herir o rechazar a la otra. Es una relación en la que no gana ninguna, basada en la dependencia oculta de una hacia la otra o de ambas entre sí”.
Por último, de acuerdo a Murdock, está la enrevesada y compleja relación en la que la madre ““ayudadora”, busca permanecer cerca de su hija y expiar sus propias culpas, ofreciéndole cosas que su hija no necesita, pero casi siempre acepta, con lo cual sigue sintiéndose pequeña”.
“Si la hija rechaza la ayuda materna, se siente culpable, mientras que el dolor y sentimiento de culpa de la madre al saber que ha herido a su hija la motiva para intentar solucionarlo con métodos que utilizaba cuando era pequeña. Madre e hija están unidas por la culpa y el miedo a la independencia”, según Murdock.
Según la psicóloga clínica Gemma Cánovas Sau, autora del libro ‘El oficio de ser madre. La construcción de la maternidad’, en “muchos choques entre madre e hija interviene el componente de que la madre ve reflejado en la hija su propio ideal o intenta reparar a través de ella ciertos conflictos propios, mientras que su hija responde a ello en base a ciertas expectativas conscientes e inconscientes”.
De acuerdo a esta asesora de gabinetes psicopedagógicos, escuelas, guarderías y centros de atención para la mujer, los conflictos o fricciones suelen emerger en la primera infancia, en el la etapa entre los tres y los cinco años, y en la pubertad-adolescencia, “dos períodos en los que se ponen de relieve la propia identidad y la persona es emocionalmente vulnerable”.
Cultivar el diálogo
Para mejorar las relaciones entre una mujer y su descendiente, Gemma Cánovas, aconseja “ejercitar la escucha y el diálogo desde la primera infancia y filtrar en lo posible los mensajes que pueden bloquear el auténtico desarrollo de la personalidad de una hija. También evitar anticiparse a etapas que no corresponden a la hija de acuerdo a su edad y establecer una contención y apoyo incondicionales hacia ella”.
Por otra parte, según Cánovas, si la mujer centra su vida en la maternidad, “puede surgir el ‘síndrome del nido vacío’, que se padece cuando los hijos se hacen adultos y se emancipan, lo que les hace sentir un gran vacío existencial y les hace preguntarse sobre su nueva misión en el mundo”.
Otro peligro, según la experta, es la inhibición de la niña, que aparece debido a una demanda inconsciente de su madre para que no crezca, y que hace que su hija actúe como si fuera mucho más pequeña de lo que es. También hay padres que hacen crecer a sus hijos antes de tiempo, lo que lleva a que cada vez más niños hagan cosas que no les pertenecen para su edad”.
Además de sus efectos psicológicos, que suelen ser bidireccionales, la relación madre-hijas también puede tener secuelas orgánicas sobre los descendientes.
El vínculo entre madre-hijo puede influir sobre su obesidad en la adolescencia, de acuerdo a un estudio de la Universidad Estatal de Ohio, dirigido por la epidemióloga Sarah Anderson, según el cual los adolescentes son más propensos a engordar si tienen una mala relación emocional con sus madres cuando eran pequeños.
Los investigadores analizaron datos del Instituto Nacional de Salud Infantil y Desarrollo Humano de EE.UU., obtenidos de cientos de familias, descubriendo que el riesgo de obesidad en los niños a los 15 años era mayor entre aquellos que habían tenido una relación emocional de más baja calidad con sus madres.
Más de una cuarta parte de los niños que tuvieron relaciones de este tipo con sus madres eran obesos en la adolescencia, comparado con el trece por ciento de quienes tuvieron vínculos estrechos con sus madres en sus primeros años, según el estudio de la OSU.
Para la doctora Sarah Anderson, “la sensibilidad que una madre muestra al interactuar con su hijo podría verse influida por factores que quizás ella no controle. Debemos pensar sobre cómo podemos respaldar unas relaciones de mejor calidad entre madre e hijo, porque eso podría tener un impacto en la salud infantil”.
QUICKIE
¿Que pareja de madre-hija no ha visto Gilmore Girls (o Pretty Little Liars) y deseo, al menos un poco, tener la relación de Lorelai y Rory Gilmore? Quizá tengas ese tipo de relación, algo que en el mundo moderno es más común que antes.
LO DIJO:
“En muchos casos el vínculo entre una mujer y su hija es una historia de culpabilidad, resentimiento y dependencia, de heridas sin curar. Es la historia de una relación que no es libre, y por ello no puede ser plena, presente y abierta”.
Maureen Murdock
Psicoterapeuta autora de “Ser mujer, un viaje heroico”
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