“Los pollitos dicen pío, pío, pío...”, se escucha la canción entonada por un grupo de voces agudas reunido en uno de los ambientes de los 334 centros de fortalecimiento de Bolivia. Pequeños de seis meses hasta los cinco años pasan allí ocho horas al día jugando, aprendiendo y, sin saberlo, siendo parte de una lucha, cuyo fin es el deseo de mantener a las familias unidas.
Entre rompecabezas, dibujos y dinámicas transcurren las actividades, de lunes a viernes, a partir de las 8:30. Los centros se basan en el modelo que Aldeas Infantiles SOS estableció para ayudar a las familias en riesgo o peligro de desintegración, como una forma de prevenir el abandono de infantes.
No rendirse a las palabras, sonrisas y opiniones de estos “locos bajitos”, como diría Joan Manuel Serrat, es imposible. “Para mí era muy duro atender a mis tres hijos, muchas veces comíamos de un solo plato. Desde que entraron al centro están bien alimentados, puedo trabajar más”, dice el padre de Abigail, Fabián Oña.
Pero, ¿qué tienen de particular estos centros? Cada uno de ellos tiene participación activa de la comunidad, donde las juntas de vecinos incluyen en su Plan Operativo Anual (POA) una parte de su presupuesto para construir y realizar el mantenimiento de cada uno de ellos.
A esto se le suma la contraparte de las alcaldías y gobernaciones, de los padres, además del apoyo monetario y la guía de Aldeas Infantiles SOS.
“Se trata de restituir los derechos de los niños y darles un espacio de protección y desarrollo. Pero además trabajar con las familias para fortalecerlas a través de su desarrollo laboral y personal. Con ello pretendemos que al mismo tiempo niños y niñas estén protegidos en los centros. Se trabaja con la familia para que dé una continuidad al trabajo realizado en sus hogares”, explica la directora de Fortalecimiento Familiar de El Alto, Gladys Villazón.
Son los padres y las juntas vecinales que forman comités y administran los fondos y vigilan el funcionamiento. En El Alto existen 38 centros infantiles que trabajan con este modelo y en La Paz se instalaron 37.
Cambiar el presente
Poco a poco, los niños abrigados de pies a cabeza por el frío -que bordea las temperaturas bajo cero- llegan al centro de la zona San Martín de Porres Ampliación, en el distrito 12 de El Alto, cuya infraestructura es nueva. Allí los pequeños reciben cuatro comidas, toman más de una siesta -dependiendo de su edad-, aprenden qué día de la semana es, cómo lucen y se pronuncian las letras y los números. Todo con el método Montessori.
La vida de estos pequeños es diferente, son afortunados. Hace pensar en cómo la desgastada frase “los niños son el futuro” contrasta de forma abismal con los reportes de constantes casos de vulneración de sus derechos en todas las ciudades, según explica el personal de Aldeas Infantiles SOS. Muchos niños son maltratados, obligados a trabajar y viven encerrados.
Cientos de historias se entrelazan todos los días en los centros. Carlos Bautista dedicó casi toda su vida a la carpintería y a criar -como padre soltero- a su hija. Cuando ella tenía 15 años, en 2006, quedó embarazada. Al dar a luz, la madre primeriza quiso seguir sus estudios y trabajar, así que uno de estos centros le dio oportunidad para que lo logre.
Un caso similar es el de Gaby Andrea Alanoca, que deja todos los días a su hijo Juan Andrés, que está a punto de graduarse en el centro. “Soy madre soltera. Poder dejar a mi niño aquí me ha ayudado para que pueda estudiar trabajo social y trabajar como comerciante. Mi pequeño llegó con desnutrición -como la mayoría de los que llegan- y ahora está en su peso”, relata.
Niños diferentes
Y una abuela lleva todos los días a su nieto Bruno. Con la experiencia pasada -en la que llevó a su nieta que ahora está en el kínder- Ana María Frías descubrió cómo la pequeña sabe más que sus compañeros, es independiente y además solidaria. “Es como si fuera superdotada, sabe los colores, números, letras, figuras geométricas”, dice con orgullo.
Y es que sólo al ver a los pequeños de cinco años se nota cómo comparten y no necesitan llamar la atención. “Mi nieta, pide verduras y frutas, y también sus comidas a la hora”, dice Bautista.
Madres educadoras
Controlando a los niños, sentados alrededor de las mesas o en ronda, entre juego y juego les enseñan a ser responsables, por ejemplo, cuidando una planta.
Les dicen “tías” y son durante gran parte del día sus segundas mamás.
Una de ellas es Adela Cusi, que se encarga de los niños del primer Centro de Fortalecimiento creado en La Paz en 2001 en la zona de Chasquipampa.
Solía ser una de las madres que dejaban a sus pequeños en el centro y con el tiempo se convirtió en una mujer líder de los padres. Hoy forma parte del grupo de “madres educadoras”. Estudia educación parvularia y ha sido capacitada durante muchos años por Aldeas Infantiles SOS.
“Me ha gustado trabajar con los niños y llevo cinco años. Ya los vez diciendo ‘tía’, ‘profe’, mientras aprenden. No sólo los educo, sino que crezco como ser humano”, afirma.
En estos centros se aprende todos los días, puesto que se dictan talleres sobre cómo tratar con ternura a los hijos, sobre salud sexual y reproductiva y sobre parejas e integración familiar.
La directora de Fortalecimiento de Aldeas Infantiles en La Paz, Amanda Guzmán, informa que junto al municipio paceño este año abrieron 12 nuevos centros infantiles en los Barrios de Verdad de la ciudad.
“Se está generando una nueva cultura de protección a la niñez, de buen trato, de no violencia y mejorando su entorno desde la familia y la comunidad”, dice.
Este trabajo, que pasa casi desapercibido en el país, ha sido copiado recientemente en países como Perú y reflejado en reportajes de CNN.
En tanto, Aldeas Infantiles SOS, las instituciones, la comunidad de Bolivia siguen haciendo un “trabajo de hormiga”, casi silente, desde 1990, cuando se creó el primer centro en Cochabamba.
Entre juegos y dinámicas los pequeños terminan la canción “... cuando tienen hambre, cuando tienen frío...”. En estos centros se siembra el futuro todos los días.
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