De carne y hueso
Hay madres que cocinan y madres que piden pizza. Las hay de las que trabajan y de las que se quedan en casa. Algunas visten a sus hijos con “jerseis” de cuello alto y bufandas hasta entrada la primavera y otras los dejan andar descalzos en invierno. Hay madres que adoran jugar con los chicos largas horas y otras a las que les resulta aburrido. Las hay que parecen más jóvenes que sus hijas y otras al estilo de Rubens. Y también hay infinitas combinaciones de todas éstas y muchas más.
No existen las buenas madres, tampoco las malas, sino que hay tantos estilos como mujeres, hijos y situaciones.
Las madres son mujeres reales, de carne y hueso, falibles, vulnerables y, por definición, perfectamente imperfectas.
Una gran realidad: mamás perfectamente imperfectas
Cuando llega un hijo, cada madre se las arregla como puede porque, desgraciadamente, los recién nacidos no vienen con un libro de instrucciones bajo el brazo. Pero hay muchas cosas que todas las mamás tienen en común: los sentimientos de culpabilidad, de sentirse perdidas, indecisas y, alguna que otra vez, al borde de un ataque de nervios cuando los críos empiezan a hacerse mayores.
Cada una aborda el oficio de ser madre a su manera, pero muchas situaciones son comunes a todas. Para desmitificar todos esos roles que se adquieren, analizar todos esos sentimientos muchas veces contradictorios y para no caer en la trampa de la culpabilidad... dos escritoras, Diana Guelar y Andrea Jáuregui, proponen en el manual “Mamás perfectamente imperfectas” una serie de consejos llenos de sabiduría y, sobre todo, de buen humor a los que cada tipo de mamá podrá sacar partido.
Controladora y perfeccionista
1. Madre controladora (o GPS): está obsesionada por el control, se agota ella y agota a los demás. Trata de solucionarlo todo, con lo que el hijo o la hija se sienten perdidos cuando empiezan a tener que tomar sus propias decisiones. Su manera de manifestar su amor es mediante la sobreprotección.
Esta madre tiene que aprender a dejar un poco el control y a respetar la privacidad de sus hijos. Darles espacio para que se desarrollen y establecer tratos basados en la confianza mutua, en los que madre e hijo/a cedan cada uno un poco.
“¿Dónde se ha visto un director técnico corriendo codo a codo con un jugador mientras le grita en el oído hacia dónde tiene que mandar el pase o a qué adversario tiene que marcar? Cuando los jugadores salen al terreno de juego, el trabajo del entrenador ya ha terminado”.
La frase: “Para obtener el control es necesario perderlo”.
2. Madre perfeccionista: la perfección es una trampa. Queremos lo mejor para ellos, pero ese afán, cuando es excesivo, puede conducir al fracaso o la decepción. ¿Es necesario que los hijos sean perfectos, que lo hagan todo bien? Es deseable estimular a los hijos y ayudarlos a vencer sus dificultades. Lo malo es pedirles demasiado.
Las mamás perfeccionistas deberían poner el foco no tanto en los resultados como en el proceso; flexibilizar la mirada para contemplar a sus hijos como son, no como quisiéramos que fueran; respetar sus intereses, habilidades y limitaciones, tomando cada logro como un motivo de celebración y cada fracaso como una oportunidad para aprender a hacer las cosas de una manera diferente.
“Lo único que les pedimos a nuestros hijos es que hagan lo que se espera de ellos, ¿no? (…) Lo que espera, ¿quién? pues, todo el mundo, ¿y quién es todo el mundo? pues todo el mundo: los padres, los abuelos, los amigos, los vecinos, el país, la sociedad y todo el mundo. ¿Y nosotras? Nosotras, también, obvio. ¿Y qué es eso que nosotras y todo el mundo esperamos de los niños y los jóvenes? Pues cosas normales como que tengan modales en la mesa, que estudien, que sean educados, que hagan deporte…”.
La frase: “Cuando el foco está en los resultados y no en el proceso todos perdemos”.
Cómplice y competidora
3. Madre cómplice: es la que quiere ser la mejor amiga de sus hijos. Pero con la mejor intención de ser “simbiótica”, es posible que se termine transformando en “parásito”, y pasar a “alimentarse” de sus vidas, estilos y amigos.
Esta mamá tiene que tomar conciencia de que los adolescentes necesitan compararse con un modelo distinto a ellos, más adulto, más sabio, capaz de guiarlos y protegerlos, que no es lo que obtienen cuando actuamos como sus pares.
“A veces, ser madre es estar ahí para que los hijos se peleen con nosotras, para que nos discutan, para que tengan alguna persona a quien ocultar sus secretos”.
La frase: “Por el bien de nuestros hijos, no podemos darles el lujo de gustarles siempre”.
4. Madre que compite: vivimos en una cultura obsesionada con la juventud y la belleza. No es extraño, por tanto, que los temas del cuerpo y la edad puedan llegar a convertirse en una especie de lucha entre madres e hijas. Un problema añadido es que no nos permitimos tener “envidia” de nuestras hijas, de sus cuerpos tonificados y sus pieles perfectas. Entonces aparece la culpa, consecuentemente, ocultamos y negamos estos pensamientos perturbadores.
Aceptar que efectivamente estamos compitiendo, aunque no querramos, con nuestra hija, “nos permitirá hacernos responsables de cambiar algunas conductas específicas que están jugando en contra del bienestar emocional de los hijos y embarullando nuestra relación con ellos”.
La frase: “¡Cómo nos cuesta asumir que a veces tenemos sentimientos negativos con respecto a nuestros hijos!”.
5. Madre que se apropia: para esta madre, todo lo que les pasa a sus hijos es de ella. No existe para ésta, límite entre sí misma y sus retoños, y le cuesta reconocer que el hijo es otra persona. Para los hijos, esto puede ser muy perturbador. Cuando nos apropiamos de lo que les sucede a nuestros hijos estamos robándoles su derecho a sentir sus propias emociones y entorpeciendo su capacidad de desplegar sus propios recursos (...).
La frase: “Los logros de los hijos tienen que medirse con la vara de los hijos, no con la de los padres, y satisfacer sus propios sueños, no los nuestros”.
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