A sus ocho años Dana estaba obsesionada con su peso sin saber por qué. Comía apenas 150 calorías al día (algo así como tres manzanas), saltaba una hora sin parar (a veces se despertaba a media noche para hacerlo) y corría otra media hora para perder peso. Se resistía a comer cualquier tipo de dulces o consumir más de 200 calorías diarias. La niña estaba tan delgada que fue internada en un centro de rehabilitación de Londres, donde recuperó peso y recibió terapia psicológica.
La historia de Dana se reveló en el documental “8 años y soy anoréxica”, del canal Discovery Home & Health. En él se mostraba la realidad de los trastornos de la conducta alimentaria que hoy afectan cada vez más a niñas menores de 10 años.
Lo revelan las cifras y consultas: en octubre pasado el diario The Sun publicó una encuesta realizada en niñas que sufren este tipo de trastornos: 53 por ciento decía que sus problemas comenzaron antes de los 10 años.
“La edad promedio que aparece la anorexia es entre los 13 y 17 años. Sin embargo, niños de siete años han sido diagnosticados”, afirma Abigail Natenshon, psicoterapeuta y autora de “When Your Child Has an Eating Disorder”. Y es que en los últimos años el número de menores ingresados a hospitales por desórdenes alimenticios ha ido en aumento. Es fundamental crear conciencia en padres y médicos para diagnosticar un trastorno de alimentación a tan corta edad.
Las niñas y la comida
¿Por qué ahora se abre el abanico a niñas tan pequeñas? Un estudio reveló que hay niñas haciendo dieta antes de los 10 años y que a los cinco o seis años reconocen en la delgadez un valor, y que incluso prefieren amigos delgados. Pero hay otros desencadenantes, somo la vulnerabilidad psíquica y la predisposición genética o biológica. Los desórdenes alimenticios han sido relacionados a ciertos rasgos de personalidad, como altos niveles de ansiedad, perfeccionismo, baja autoestima, tendencias obsesivas compulsivas, depresión y adicción. Por ejemplo, si una niña comienza una dieta, la combinación de la restricción calórica y el comportamiento obsesivo compulsivo puede crear un desorden de la alimentación con mayor facilidad.
Una investigación constató que la relación con el padre puede ser otro desencadenante. La desestructuración familiar (ausencia de estructuras familiares sólidas o el divorcio de los padres), la existencia de conductas enfermas en el hogar (como una mamá o hermana obsesionada con su cuerpo), o padres excesivamente condescendientes a los caprichos del niño pueden ser desencadenantes.
Por otro lado, está probado que factores socioculturales afectan, pues hoy los niños están más expuestos a temas relacionados al peso y al cuerpo. Sin embargo, la industria mediática y las revistas de moda con sus delgadas modelos no son culpables, contrario a lo que muchos creen. De acuerdo a expertos en el tema, es mucho más complicado que eso. Estudios del London Great Ormond Street Hospital, uno de los hospitales infantiles más importantes del mundo, concluyó que las imágenes de modelos delgadas no llevan a la anorexia, al menos no hay prueba de ello.
Cuida su futuro
Este mal no sólo afecta el desarrollo físico del niño (la falta de nutrientes, especialmente durante las etapas de crecimiento, puede marcar a los niños de por vida) sino el cognitivo, emocional y social, y en caso de que estos trastornos no se solucionen durante la niñez, puede vincularse más adelante a trastornos de personalidad, como Fobia Social, tendencia al aislamiento y trastornos en el aprendizaje, falta de autonomía y miedo a crecer y asumir responsabilidades.
Un diagnóstico temprano es esencial para lograr un tratamiento efectivo, de lo contrario la enfermedad se vuelve crónica y conductas como la restricción de alimentos o el vómito se vuelven parte de la personalidad de tal forma que se incorporan como hábitos.
Las secuelas son tanto más frecuentes cuanto mayor ha sido el tiempo de evolución de la enfermedad. /
Identifica y evítalo
1 Un temprano interés por la imagen personal o las dietas pueden ser síntoma de un trastorno en la alimentación. La pérdida repentina de peso, cambios en la conducta sobre la mesa (rechazar comer pan o postre, negarse a terminar el plato, comer menos de lo habitual o comer mucho y luego sentir una gran frustración), “escaparse” al baño tras la comida son señales de una trastorno de la alimentación.
2 Los cambios de humor, mareos, sensación de frío permanente por la falta de calorías… son señales de alarma.
3 Si tu hija manifiesta su insatisfacción por su aspecto físico, un desmedido interés por adelgazar o un incremento en las horas de actividad física diaria, interésate y pregúntale cuáles son sus motivaciones o puntos de vista.
4 El modo en que nuestros hijos perciben la comida, o la imagen de su propio cuerpo, muchas veces se escapa del control parental, llegando a convertirse en un serio problema de salud si no se controla y ataja a tiempo.
5 Para prevenirlo uno de los factores clave a la hora de construir una imagen corporal saludable entre tus hijos es proyectarla en casa cada día. Comer sano y de todo, juntos a la mesa, sin que los niños vean que los padres se obsesionan por su peso o productos light. Esto aporta normalidad a los “peques” en su visión de una alimentación y un estilo de vida saludable.
QUICKIE
3 hábitos saludables que debes enseñar a tus hijos: Cenen en familia en un ambiente agradable, involucra a tus hijos en la compra y preparación de las comidas y no uses la comida como castigo o recompensa.
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