miércoles, 15 de junio de 2011

El “amor para toda la vida” es un mito o una gran estafa

Muchas mujeres y hombres pueden hablar larga y francamente del duelo que se vive después de una separación, sobre todo cuando te plantean el divorcio y no es algo deseado.

Algunas personas quedan incluso, por años, atrapadas en un estado de vacío, mezcla de decepción, escepticismo, incredulidad y también por el sufrimiento de toda unión que estuvo anclada en una intensa pasión.

En medio de ese dolor provocado por el mal sabor de la separación, apenas reaccionamos positivamente y valoramos además nuestras propias culpas. Tampoco solemos meditar cómo el matrimonio es un contrato de dos, hasta que dure.

El mito

Abundan investigaciones, cifras y experiencias personales suficientes para afirmar que no hay un solo amor para toda la vida y sí diversos amores a lo largo de la existencia. El precepto del “único amor” o del “amor para toda la vida” es un gran mito o una gran estafa, como más le guste a quien lee estas líneas; sabemos hoy, las nuevas mujeres, que fue impuesto desde la religión, la historia y lo sociocultural también.

Es real, asimismo, que las personas se recuperan de los sinsabores de la separación, renacen y van en busca de otra compañía.

Por lo común, ya esa persona no es la misma, sobre todo porque los fracasos duelen, pero enseñan, hacen madurar y ofrecen experiencias y conocimientos, por tanto, al ver el asunto desde el mejor ángulo posible, nuevos atributos la enriquecen.

Luego, esa segunda o tercera oportunidad tiene otros significados: el juego de la seducción ya no se asume idílica y candorosamente, sino pasa por otras dimensiones matizadas por la experiencia, la madurez, la responsabilidad y objetivos específicos en la vida.

Hace poco recibí un correo electrónico de una lectora colombiana, cuya historia resulta interesante para compartir entre mujeres. Dice que se había divorciado hacía cinco años, después de haber intentado con ahínco salvar su primer matrimonio.

Cuenta que pasó tres años en ese intento de reencuentros y rupturas, hasta que decidió concluir definitivamente; un alivio, un descubrimiento, comenta. “Al fin me di cuenta que sólo estaba haciendo trizas mi existencia, intentando salvar una unión que ya no tenía vida”, agrega.

Falsas ilusiones

Al principio se sintió muy descompensada: “Es difícil adaptarse a la pérdida. Sobre todo cuando te das cuenta que estás afectivamente sola y has pasado mucho tiempo engañándote a ti misma con un montón de ilusiones falsas. Con el tiempo, comprendí que fracasamos porque éramos demasiado jóvenes y de la verdad de la vida no sabíamos ni la primera palabra”, relata.

“Descubrí igualmente que es una fantasía eso de creer que sin él, la existencia iba a detenerse. No se detuvo, al contrario, me dio la posibilidad de reencontrarme conmigo, crecer y aprender que a cualquier edad se puede empezar, aún cuando estamos en plena menopausia. Lástima que haya tenido que sentir tanto dolor para convertirme en una mujer objetiva”, agrega en su sincero relato.

A la distancia, esta mujer que hoy nos cuenta sus experiencias se encuentra convencida que su matrimonio no funcionó porque los dos tenían caracteres, aspiraciones y formas de pensar muy distintas.

“Sabía que en muchas cosas no congeniábamos, pero tenía la esperanza de que en el matrimonio iríamos amoldándonos y aceptándonos con los días, con los años...”.

Fe en el amor

Ella dice ser una mujer, como tantas, que en su juventud creyó ciegamente que el amor lo resuelve todo: “A veces, recuerdo, y me río de mi inocencia, al pensar que mi enamoramiento, grande, inmenso, sería capaz de saltar todas las barreras, que nunca nada ni nadie nos podría separar. No escuchaba oposiciones familiares ni consejos de las amigas íntimas. Cuando me miraba en aquellos ojos, temblaba y no había placer mayor”.

Casada de nuevo, con dos hijos del primer matrimonio y una del segundo, ve la unión con otras lentes: “Ahora no me dejé seducir, simplemente. Analicé si era un hombre que aportaría a mi vida muchas cosas más que una buena relación marital”. “En esta segunda vuelta encontré no al hombre perfecto, que ya sé no existe, sino a uno cumplidor de los requisitos básicos que ahora forman parte de mis necesidades”.

Coincido con esta amiga colombiana en un importante punto para tener en cuenta a la hora de casarse otra vez: cuando se tienen hijos, hijas sobre todo, hay que escoger muy bien al hombre que va a entrar en la casa, a formar parte de la familia.

Probarlo, analizarlo con profundidad y, más tarde, pensar otra vez serenamente, con la cabeza y con el corazón, si es la persona indicada. “Es como ir despacito por las piedras. Porque si te equivocas, no pagas tú sola, sino también otros seres que no tienen culpa de nuestras malas decisiones”, argumenta.

Y finaliza su comentario con una reflexión corta pero contundente: “Hoy me va muy bien, no tengo de qué quejarme. Debe ser eso, sí eso mismo: la experiencia que la vida me enseñó”.

Por esta carta, y tantas otras, me gusta esa canción de Fito Páez que dice: El amor después del amor / Se parece a este rayo de sol / Ahora que busqué / ahora que encontré...

Cómo funciona la química del amor
La gente se ha enamorado desde tiempos inmemoriales, y siempre se habla de algo distinto, sorpresivo, que inunda el cuerpo entero. En el imaginario popular está la creencia del gran amor; de ese único, exclusivo, que no se parece a otros amores. Hoy la ciencia ha descubierto que tal enlace especial tiene que ver, particularmente, con una serie de reacciones y sustancias químicas que se mezclan en el organismo, ante esa persona que nos despierta además un sinnúmero de emociones.

Algunas de las sustancias responsables del amor son la dopamina, la feniletilamina y la oxitocina. Estos productos químicos son relativamente comunes en el cuerpo humano, pero solamente son encontrados juntos en las etapas de la conquista.

Comentan los expertos que, con el tiempo, el organismo se hace resistente a sus efectos, lo que provoca que la intensa fase de la atracción no dure mucho tiempo. Curiosamente, son los hombres los que parecen ser más susceptibles a la acción de las sustancias responsables de las manifestaciones asociadas al amor. Ellos se enamoran más rápida y fácilmente que las mujeres, según tales entendidos.

Diversas indagaciones han concluido que se puede incluso hacer una matriz con las variadas manifestaciones y etapas del amor y sus relaciones con diferentes sustancias químicas en el cuerpo. De esta manera, el deseo ardiente de sexo está unido a la testosterona; mientras que la atracción y el amor en la etapa de euforia, así como el sentirse involucrado emocionalmente están relacionados con altos niveles de dopamina y norepinefrina y bajos niveles de serotonina. El vínculo y la atracción que evolucionan hacia una relación duradera y segura tienen que ver con la oxitocina y la vasopresina.

Estas investigaciones que enmarcan el amor como un proceso bioquímico no han concluido todavía. El descubrimiento que la feniletilamina está vinculada con el amor, se inició con la teoría propuesta por los médicos Donald Klein y Michael Lebowitz, del Instituto Psiquiátrico de Nueva York, quienes sugirieron que el cerebro de una persona enamorada contenía grandes cantidades de esta sustancia y que sería la responsable de las sensaciones y modificaciones fisiológicas que experimentamos cuando nos enamoramos.

Al inundarse el cerebro de feniletilamina, éste responde mediante la secreción de dopamina (neurotransmisor responsable de los mecanismos de refuerzo del cerebro, de la capacidad de desear algo y de repetir un comportamiento que proporciona placer), de norepinefrina y de oxitocina (que además de estimular las contracciones uterinas para el parto y hacer brotar la leche, parece ser un mensajero químico del deseo sexual), y el comienzo de la accción de los neurotransmisores que dan lugar a los arrebatos sentimentales, en síntesis: se está enamorado.



Se debe amar con inteligencia
Relación ¿Qué hacer para lograr que la química inicial no se diluya entre los ácidos de la cotidianidad y las amarguras de las peleas?


Inteligencia La respuesta es amar con inteligencia. Amar con inteligencia es no dejarse arrastrar por el sentimiento, por la química, y darle el espacio que se merece al raciocinio.


Maltrato Hay quienes conocen a parejas donde la mujer es dominada, incluso maltratada físicamente por su pareja y aún ella dice que lo ama. ¿Cómo se puede querer a una persona que no nos respeta, que nos daña y avasalla? ¿Qué significación tiene eso? ¿Realmente se puede amar desde la humillación?


Construcción No hay química amorosa que debiera resistirse cuando una persona, sea hombre o mujer, no tiene para con su pareja el reconocimiento y la consideración que debe mediar entre dos que construyen una relación de amor.

No hay comentarios:

Publicar un comentario