jueves, 2 de junio de 2011

Una maestra marcó la diferencia

Hace años un catedrático asignó a un grupo de universitarios esta tarea: vayan a los tugurios. Tomen a 200 muchachos entre las edades de 12 y 16 e investiguen sus vidas. Luego predigan sus oportunidades para el futuro.
Los estudiantes, tras hablar con los chicos, concluyeron que el 90% de ellos pasarían algún tiempo en prisión. Veinticinco años después, a otro grupo de alumnos por egresar se le asignó la tarea de probar la predicción. Volvieron a la misma área. Algunos de esos muchachos, ya mayores, todavía estaban allí. Unos pocos habían muerto, algunos se habían mudado, pero se pusieron en contacto con 180 del conjunto original de 200. Descubrieron que solo cuatro de todos habían sido enviados a la cárcel.
¿Por qué fue que estos hombres, que viviendo en un criadero del crimen, se portaron bien?
A los investigadores se les dijo una y otra vez: “Bueno, había una maestra...”
Ellos descubrieron que en el 75% de los casos se trataba de la misma mujer.
Los futuros profesionales visitaron a esa maestra que ahora residía en un hogar para docentes jubilados. ¿Cómo había logrado ejercer tan sorprendente influencia sobre ese grupo de jóvenes? ¿Podría ella darles alguna razón por la que ellos todavía la recordasen?
-No, dijo ella, realmente no podría.
Y entonces, meditando sobre todos esos años, dijo graciosamente, más para sí misma que para sus interrogadores: “Amé a esos muchachos...”
Es que basta un gesto, una palabra, un toque, un abrazo, o simplemente mirar a los ojos a alguien mientras habla, eso puede marcar la diferencia.
Cita Proverbios 10:12: “El odio despierta rencillas, pero el amor cubrirá todas las faltas”.

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