¡Mamá, hay un monstruo debajo de la cama! ¡Mamá he visto algo dentro del armario! ¡Mamá, unos hombres malos quieren agarrarme y llevarme con ellos!. ¡Aaaaay! ¡Uyyy!. ¡Socorro!
Si su hijo o hija tiene un miedo muy grande a dormirse y no quiere dormir solo, buscando excusas para retrasar el momento de irse a dormir necesita ayuda, puesto que este problema puede ser que esté influyendo en el descanso de toda la familia.
LOS TERRORES NOCTURNOS
Las pesadillas y los terrores nocturnos son dos cosas distintas. Al contrario que las pesadillas, los terrores nocturnos no son sueños que produzcan miedo ni el resultado de la actividad del sueño. En su lugar, se cree que reflejan etapas inmaduras del sueño, en las que el niño tiene dificultad para hacer la transición del sueño profundo al sueño más superficial.
Aunque el niño con terrores nocturnos no los recuerde, estos episodios nocturnos pueden ser sumamente preocupantes para los padres.
Durante un episodio de terrores nocturnos, el niño puede gritar o ponerse a llorar desesperadamente, pero también puede agitarse en la cama, hiperventilar –aumentar en exceso la frecuencia y la intensidad respiratoria– o hablar de un modo confuso e inconexo. En el transcurso de estos episodios, la cara del niño puede enrojecer y su corazón acelerarse. Si bien tiene los ojos bien abiertos, las pupilas ocasionalmente dilatadas, no está viendo nada porque está dormido. En raros casos, salta de la cama o corre por la habitación, o por la casa, como ocurre con el sonambulismo.
En cualquier caso, a los padres les parece que el niño está sufriendo una pesadilla, pero no es así. Ni está despierto ni sueña. Está profundamente dormido, en una fase intermedia entre dos ciclos de sueño –fase no REM–, que suelen darse en las primeras horas después de dormirse, señalan los especialistas, a diferencia de las pesadillas, que suelen aparecer de madrugada. Aunque los terrores acostumbran a durar unos segundos, se pueden alargar hasta los diez minutos. Una vez pasado el episodio, el sueño volverá de manera normal al punto del ciclo en el que estaba antes de la interrupción.
¿QUÉ HACER ANTE ESTOS HECHOS?
La respuesta habitual de los padres es acudir con urgencia a consolar a su hijo. Sin embargo, éste, al no estar consciente, no sólo rechazará sus abrazos sino que se agitará e intentará soltarse, lo que aumenta la angustia de los padres. Normalmente,
si la historia se repite, cuentan los expertos, acudirán a un especialista en busca de soluciones. Pero no las hay, “como tampoco hay una causa que conozcamos que origine estos comportamientos”, asegura José Luis Pedeira, del servicio de psiquiatría y psicología del Hospital Niño Jesús de Madrid. “El terror nocturno es algo tan sencillo como la percepción del contenido de los sueños, se cree que son una intrusión de restos de material diurno que retornan de una manera abrupta en los sueños, y tal como aparecen, desaparecen espontáneamente. Es transitorio”, afirma.
Sólo se aconseja buscar ayuda profesional en el caso de que estos terrores –que se suelen dar en niños cuyos padres también los sufrieron– sean muy continuados: más de tres veces a la semana. En caso contrario, suelen desaparecer al poco tiempo. También debe consultarse a un especialista si se dan en la edad preadolescente, “pues sólo se consideran normales durante la segunda y la tercera infancia, etapa en que se está reforzando la personalidad”, afirma la profesora de Psicología Evolutiva y de la Educación de la Universidad de Barcelona, Cristina Ramírez.
Siendo natural y común que el padre o la madre sientan la necesidad de hacer algo por su hijo, si intentan despertarlo durante el terror sólo conseguirán alargar el episodio y aumentar su angustia. “No hay que dramatizar –aconseja Ramírez–, lo mejor es calmarse y no intentar hacer verbalizar al niño, que no es consciente, lo que le está sucediendo”.
Sólo se le pueden dar palmaditas en la espalda, hablarle en voz baja, meterlo en la cama y arroparlo. Los padres sentirán que están haciendo algo útil y esto tranquilizará al niño mientras pierde su mirada perdida y empieza a volver a la realidad, preguntándose qué pasa.
Lo más importante es que no se haga daño si se cae o deambula por la habitación o por la casa.
Tras recuperar el sueño el niño de forma normal, al día siguiente tampoco hay razón para hablar con él de lo que ocurrió porque sólo se conseguirá confundirle o asustarle y que empiece a tener miedo a irse a la cama.
“A veces los padres culpabilizan a sus hijos por ver películas inadecuadas antes de irse a la cama. No hay que hacerlo, pero es recomendable seguir unas pautas para que se acuesten relajados”, concluye Cristina Ramírez, quien, por cierto, tampoco es partidaria de leerles cuentos infantiles antes de dormir. “Aunque tengan mensajes educativos, la mayoría de los cuentos clásicos tienen una incidencia negativa en los niños, ya que suelen ser traumáticos: ¿A qué niño no le aterraría encontrarse un lobo de camino a casa de su abuelita?”, pregunta.
¿CÓMO REDUCIR LOS TERRORES NOCTURNOS?
Cada individuo, incluyendo los niños, tiene temores que tienden a manifestarse de noche. Los padres deben animar al niño para que hable de sus problemas y preocupaciones, a fin de poderlos solucionar, ayudando a que se duerma y aunque es prácticamente imposible evitar que un niño padezca terrores nocturnos, la especialista Elizabeth Pantley señala varios aspectos que pueden ayudar a reducir el número de episodios y su gravedad.
* Controlar las películas y los programas de televisión, durante el día y antes de ir a dormir. Evitar también los cuentos con ilustraciones o contenidos que puedan perturbar al pequeño.
* Controlar su descanso. Un niño agotado o que no duerma lo suficiente tendrá más pesadillas y terrores.
* Intentar regular los horarios, como ir a dormir a la misma hora cada día.
* Seguir una rutina nocturna tranquila. El niño debe irse a dormir feliz y seguro.
* Tomar en cuenta que si el niño toma alguna medicación eso puede perturbarle el sueño.
* Si el niño tiene alguna enfermedad o necesidad especial, comparar experiencias con otros padres de niños en igual situación.
* Las cenas deben ser ligeras o, en caso contrario, se debe cenar más temprano.
* Llevar al niño al baño antes de acostarse.
* Estar alerta ante el posible estrés del niño (como el que puede derivarse de cambios, divorcios y nuevos matrimonios, una mudanza, el nacimiento de un hermano, la muerte de un familiar o de una mascota...).
* Poner un cartel en la habitación que haga al niño sentirse seguro, por ejemplo, que diga “felices sueños”. Cada niño tiene temores que tienden a manifestarse de noche y los padres deben animarle a hablar de ellos, a fin de poderlos solucionar y así ayudar para que duerma bien.
Para no olvidarse nunca
Regirse por reglas. Se debe decidir el momento preciso en que el niño debe acostarse y, una vez decidido, proceder con firmeza. Esto no significa que los padres deban ser absolutamente rígidos e insistir en que el niño debe estar siempre en la cama a las ocho en punto, aunque justo en aquel momento acabe de llegar papá o esté en casa el tío José. Sin embargo, cuanto más capaces sean los padres de concretar el momento de acostarse, más fácil será conseguir que el niño se duerma a una hora fija.
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